sábado, 17 de septiembre de 2011

Frase de la semana

Primero la frase. Y que nadie se sienta ofendido ni piense que va con segundas, porque no es así (y en la explicación lo veréis):
"Claro, como es ultracatólico, luego va a confesarse, le perdonan y se puede ir tranquilo. Y los que nos regimos por una moral pública, ¿qué hacemos? No nos queda más remedio que cargar con la culpabilidad."
Elijo esta frase como presentación de personaje. Concretamente, de uno de mis nuevos jefes. Porque otra cosa no, pero los medios de comunicación tienen jefes para aburrir. Será el director de mi nuevo medio, aún no nato, pero con una plantilla que ha hecho más kilómetros (periodísticamente hablando) que la maleta del fugitivo. Si esta es una de las primeras cosas que le he escuchado (y sólo llevo la reunión de presentación y la firma de contrato), se deduce que en el futuro la producción fraseológica será grande.

Pues eso, que ya no soy parada, así que me tocará inventarme otra cabecera con el potochó.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Los calcetines perdidos

¿Adónde van a parar los calcetines perdidos? A cualquier lavadora. Vale que no es una respuesta muy elaborada pero tiene detrás una explicación. Si dicha explicación es lógica o no, que lo decida cada uno, pero está basada en hechos reales.

Como ya dejé caer por ahí, he pasado unas dos semanas en Berlín (que terminan hoy), haciendo un curso intensivo de alemán. Por razones varias, poco después de la mitad de mi estancia tuve que cambiarme de casa, ocupando la habitación de un amigo de Gamab (alias buscabalas), que está de exámenes en Madrid. Como no me gusta dejar todo hecho un asco, hoy, que es mi último día, he puesto la lavadora nada más levantarme. Qué mínimo que dejar las sábanas limpias y, ya de paso, termino de llenar la lavadora con mi ropa sucia. Algo menos que tengo que hacer cuando vuelva.

Supongo que el lavado se desarrolló con normalidad, aunque es difícil saber a ciencia cierta qué ocurre en el interior de una lavadora de carga superior. Lo extraño vino después, cuando saqué toda la ropa para tenderla. Entones, y sólo entonces, hicieron acto de presencia dos calcetines que tenían las siguentes características:
  1. No eran míos. Ni por color, ni por modelo, ni porque me sonara haberlos visto en algún momento de mi vida.
  2. No eran pareja. Lo mismo se cansaron de sus respectivos y se fugaron juntos, vete tú a saber.
  3. No estaban en la lavadora cuando metí mis cosas dentro.
Mientras tendía, y como me aburría bastante, comencé a elaborar una teoría sobre la procedencia de los dos calcetines. Lo más probable es que pertenezcan a alguno de los dos habitantes de este piso y se quedaran enganchados en alguna parte no visible de la lavadora. Pero es más divertido inventarse una explicación paralela.

En lo que colgaba bragas y camisetas del tendedero, llegué a la conclusión de que todas las lavadoras del mundo están interconectadas, como portales de acceso al multiverso o los mostradores de facturación de los aeropuertos. En teoría, tus calcetines deberían salir en el lugar del mundo en el que te encuentres tú, igual que tus maletas. A veces, el sistema falla y tus calcetines acaban en una lavadora de Berlín, igual que tus maletas pueden aparecer en Río de Janeiro en vez de regresar contigo a Madrid. Y del mismo modo que habrá una maleta solitaria dando vueltas en la cinta del aeropuerto de Río, alguien encontrará tus calcetines perdidos, preguntándose de quién serán.

Es decir, según esta teoría, en algún lugar del mundo habrá ahora mismo alguien sin maleta en el aeropuerto y una persona con dos calcetines desparejados rebuscando en la lavadora.