viernes, 16 de agosto de 2013

Planazo de viernes

¿Qué mejor para un viernes de puente (que no es puente para todo el mundo) que estar tirado en casa? Si especifico que es por enfermedad, la cosa ya cambia. Y si se van sumando pequeñas situaciones desesperantes a lo largo del día, ya ni te cuento.

Efectivamente, me he levantado que no era personal, animal ni cosa. Simplemente, no era. Aclaro que no se debe a nada que hiciera el día anterior. Como no soy de los afortunados que tienen puente, me ha tocado avisar en el trabajo de que no podía ir y que buscaran un apaño (la situación de mi turno daría para otro post, pero hace tiempo que decidí no hablar de trabajo). Parece ser que, en mi ausencia, se ha montado un pequeño "debate" motivado por la credibilidad de mi estado, que ha actuado como detonante y ha prendido la mecha de ciertas rencillas personales. Creo que alguien ha estado a punto de llevarse una hostia de las de mano abierta.

Voy a encender el calentador para, por lo menos, darme una ducha y ver si me sirve para despejarme algo y no prende. Estupendo, con los caseros de vacaciones hasta septiembre. Empieza la odisea telefónica.

Primera llamada: a la empresa responsable de la instalación y su mantenimiento.

Voz enlatada de ONO: El número marcado no se encuentra disponible.

Viendo que esto no va a ninguna parte, llamo a la compañía del gas, a ver qué me cuentan, aunque no tengo mucha fe en que puedan hacer algo por mí. La primera teleoperadora de la compañía del gas me rebota a otro teléfono. Desde el teléfono 2 de la compañía del gas me rebotan a un tercer teléfono. La conversación en el teléfono 3 es (más o menos) la que sigue:

Teleoperadora #3: ¿Me dice a nombre de quién está el contrato?
Yo: Xxxx Xxxxxx Xxxxxxxx
T3: No me sale nada. ¿Seguro que pone ese nombre en el contrato?
Yo: Pues... sí
T3: Pues no me sale nada. ¿Pongo la incidencia a su nombre?
Yo: Vale [¿acaso tengo más opciones?]
T3: Apunte el número de la incidencia y déjeme un teléfono de contacto.
Apunto el número de la incidencia y dejo un teléfono de contacto.

Al rato, me llama un técnico, visiblemente cabreado, diciendo que la avería no es de su negociado (a mí tampoco me parecía que una avería en el calentador pudiera ser cosa de la compañía del gas, pero ellos verán por qué la han tramitado) y que haga el favor de llamar a averías para que retiren la incidencia, que si no le va a estar saltando la incidencia todo el día. Llamo otra vez y lo coge la misma teleoperadora.

T3: ¿Me dice el número de la incidencia?
Yo: Tal
T3: Pues no me sale nada
Yo: Espere, se lo repito...
T3: Nada, no sale nada. ¿Seguro que es ese número?
Yo: Pues... sí
T3: Pues no me sale nada. Le habremos dado mal el número.

Vuelvo a probar con el número que no se encontraba disponible. Marco, no da tono y salen ruidos como de si me hubieran pinchado el teléfono. Escucho claramente a un señor que le pide a otro una bolsa. Decido aplicar una solución de alta tecnología: apago el teléfono y vuelvo a encenderlo. Vuelven a salir los ruidos de teléfono pinchado. Al cuarto intento ya dejo de oír psicofonías y me coge el teléfono una señorita que me dice que ellos no hacen reparaciones (aunque en el contrato, del año 2 a.C. pone que sí) y me da el número de la compañía del gas. Le explico que ya he probado y no ha habido resultado. Extrañada, me da el número del fabricante del calentador. Si quiere le paso al técnico enfurecido y que se lo explique tan bien y con tanto tacto como me lo ha explicado a mí.

Pruebo suerte con el fabricante del calentador y me contesta la típica grabación que te pide que, por favor, te mantengas a la espera porque todos sus agentes están ocupados. Tres minutos después, una señorita apunta mi número y un teléfono de contacto y me dice que ya me llamarán ellos, que ahora no tienen a nadie que pueda atenderme (¿?). Obviamente, no me llaman.

Siguiente paso: llamar a los dueños de la casa y joderles un poco las vacaciones. Esto tampoco ha dado frutos y sólo me ha servido para salir a la calle en mi lamentable estado, con un calor del copón, para ver que el sitio al que me han mandado está cerrado por vacaciones hasta el lunes. El calentador no podía aguantar dos días más. Por lo menos estaba cerca y la excursión no ha durado ni diez minutos. Esa era la segunda opción que me han dado; la primera ha sido llamar a mi padre, que, además de ser empleado de banca (profesión superútil para arreglar un calentador, como todo el mundo sabe) está de puente, como la gente normal.

Un poquito hasta las narices y con mucho peor cuerpo que antes de la excursión (Madrid en agosto está para pocos paseos), he vuelto a llamar al servicio técnico del calentador. Esta vez ha habido más suerte y parece que no todos los agentes estaban ocupados. Con la tontería, ya es la una y algo de la tarde, así que tendré suerte si vuelven a contactar conmigo a lo largo del día... pero no.

Invocando a la ley de Murphy (y dado que el calentador no tiene botón de reinicio ni se puede apagar y volver a encender), he decidido jugármelo todo a una carta: fregar los platos y ducharme con agua fría y tratar de encender el calentador más tarde (por aquello de que las cosas tienen vida propia y funcionan cuando ya no las necesitas).  Pues nada, se conoce que hasta el tal Murphy está de puente.