miércoles, 12 de febrero de 2014

Interiorismo carpetovetónico

Una cosa que aún no he comentado de mi casa (al menos por escrito) es la decoración. La ausencia de reformas ha permitido que ciertos elementos castizos sobrevivan a lo largo de las décadas para encontrar cosas que bien podrían estar en la casa de mi abuela.

El más alarmante, bajo mi punto de vista, son los sanitarios de color. En un momento dado, los señores diseñadores de Roca decidieron que era la hora de innovar, sacaron la pantonera y empezaron a elegir colores al azar (me niego a pensar que la selección estuviera razonada) para alegrar nuestros momentos en el baño. Así, encontramos lavabos, bañeras y váteres en gamas de colores impensables, desde el visón hasta el azul marino. Entre toda esa gama de colores, en mi casa tuvo que caer el rosa. Sí, tengo un váter rosa…

Otro elemento que no puede faltar en ninguna vivienda, especialmente si es de alquiler, es un mueble feo. Si tienes suerte, como yo, te tocarán dos muebles feos. Como hay que diferenciarlos de alguna manera, uno es “el armario de Narnia” y otro “el mueble feo” (así, sin más). El primero es el que más fans tiene, he de reconocerlo. Al principio, en los tours a amigos y conocidos por la casa (que duran unos tres minutos, la mayor parte para alabar la estantería colgante que compré por 9 euros en el Lidl para el cuarto de baño), explicaba que entrabas en Madrid y salías en Borgin & Bourkes, pero la gente prefirió llamarlo espontáneamente “el armario de Narnia”, y así se quedó.

“El armario de Narnia” tiene tanto éxito que mi padre siempre entra al despacho a visitar “el armario de Narnia” cuando viene a casa, como si fuera uno más de la familia. El otro día tuve que sacarlo a rastras del despacho mientras él protestaba: “¡Quiero tocarlo!” - “¡Que no! Vamos a tomar una cerveza” - “Pero… ¡quiero tocarlo!”. Que no, coño, vamos a tomar una cerveza al bar de abajo, a ver si el armario te va a absorber y vas a salir en cualquier otro lugar del mundo y luego es un pollo traerte de vuelta. Y es que detrás de las maletas, la plancha, el maxipack ahorro de rollos de papel higiénico y las cosas que se deja la gente olvidadas en mi casa puede haber cualquier cosa.

Lo bueno de los muebles feos es que distraen la atención de otras cosas, como el suelo. Alguna mente pensante decidió que el parqué sólo tenía desventajas (es caro, se raya con sólo mirarlo, hay que acuchillarlo, se limpia fatal…) e inventó un sucedáneo ‘low cost’, fácil de limpiar y resistente: el sintasol. De todas las variedades de sintasol que pueblan las tiendas de bricolaje de España, tengo que decir que me tocó una variedad disimulada. De hecho, si no fuera por los cortes horrendos en el suelo entre plancha y plancha, hasta daría el pego. Con el sintasol, las apuestas son qué hay debajo. Mi madre dice que terrazo, yo digo que cemento. Mi padre sigue pensando en barnizar el armario.