El otro día, salí brevemente de la redacción (lo que es salir del edificio, cruzar la calle y entrar en otro edificio) para hacer una noticia de cultura sobre una maqueta. Eso sí, la maqueta tenía trenes que se movían. Hoy, que estamos en cuadro porque una compañera (somos tres redactoras) está en Navarra, me ha tocado ir a una rueda de prensa sobre el tema más insulso que pueda imaginar la mente humana y, después, al pueblo de al lado, del que no había oído hablar hasta que entré en el periódico.
Resulta que este pueblo estaba en fiestas. Y, como todo pueblo en fiestas, saca a la virgen en procesión. Sí, amiguitos, me han mandado a cubrir una procesión. Y no iba yo sola, llevaba fotógrafo. La verdad es que el fotógrafo tenía más que hacer que yo, porque para escribir una noticia corta sobre que los habitantes del pueblo X han sacado a la virgen de Y en procesión con motivo de las fiestas patronales no hace falta irse hasta allí.
El caso es que he terminado cruzando la procesión desde atrás hacia adelante, en varios intentos fallidos de no perder al fotógrafo. Es lo que pasa cuando tu compañero es un chaval que si separara la ropa oscura y la blanca tendría que poner una lavadora sólo con calzoncillos y calcetines de deporte el día que tocara lavar blanco. En el proceso, varios señores me han empujado y casi me como un lirio cuando una señora me ha agredido (sin querer y por no mirar a su alrededor) con un ramo de flores que, sospecho, iba destinado a la posterior ofrenda floral a la patrona del pueblo.
También he intentado adelantar sin éxito a un voluntario de Protección Civil y he desistido. Por fortuna, he visto a dos señores trajeados que se abrían paso entre la multitud (bueno, lo que se considera "multitud" en un pueblo de 11.000 habitantes) y los he seguido, hasta que he conseguido salir de la procesión, adelantarla y esperar tranquilamente a que la patrona, el cura, la banda militar y toda la comitiva de señores trajeados, niños con globos de Bob Esponja y señoras de traje-chaqueta y pelos cardados llegaran al final del recorrido.
Allí he reencontrado al fotógrafo, que me ha dicho que él pasaba de estas cosas y que volvíamos a la redacción, que ya había tenido suficiente procesión. Normal, al pobre le tocó tragarse también la misa del otro día en El Escorial con Rouco y la señora presidenta.
Ah, se me olvidaba mencionar que para ir a la presentación chorra y a la procesión he tenido que entrar una hora antes de lo normal y que, como sólo éramos dos redactoras, he salido tres horas tarde. No sé ni cómo he podido llegar a casa.