domingo, 1 de enero de 2012

Operación Nochevieja

Después de no pocos desajustes, la Nochevieja se presentó con el mismo plan que otros años: ir a un barrio del este de Madrid, donde viven Gamab y dos de mis amigas, y salir por la zona de copas de allí. A priori no parece gran cosa, pero como este año tampoco me ha llegado la invitación al concierto de año nuevo de Viena (empiezo a sospechar que el cartero se queda con ellas) es lo que hay.

Pero el grueso de la "Operación Nochevieja" empezó con los preparativos.

Primera parte: ¿qué me pongo?

Lo de ser tres personas para un solo baño ya lo tenemos superado en esta casa. A lo largo de los años, ha habido tiempo de sobra para ensayos y errores y parece que ya más o menos estamos coordinados. Bueno, más o menos porque las madres, especialmente la mía, se rigen por la energía de la improbabilidad infinita y nunca sabes cuándo ni cómo te la van a liar.

Aún así, hay discusiones que son inevitables. Por ejemplo, la corbata de mi padre. El problema es que tiene que ir todos los días a trabajar con traje y corbata, con lo cual no le hace ninguna gracia salir también con lo que yo llamo "ropa de oficinista". Mi madre usa a veces el teléfono para chantajearnos, así que llamó a mi tía para enterarse de si mi tío llevaría corbata o no (sabiendo que sí) y hacer presión.

Madre - Pues éste no se quiere poner corbata. Es capaz de ir en calzoncillos.
Padre - Sí, pero rojos, que estamos en Nochevieja.

Por suerte no cumplió la amenaza.

Segunda parte: y yo con estos pelos

Arreglado el tema de la ropa, hay que peinarse. Saqué el rizador de pelo pensando que quedaría tan estupenda como Zoey Deschanel pero el resultado, de primeras, se parecía más a Soraya Sáenz de Santamaría, flequillo horrendo incluido. Menos mal que luego se arregló. Mi madre no sé qué intenciones tendría en un principio pero el resultado fue indescriptible.

Madre - Yo ya casi estoy.
Laura - Tendrás que peinarte.
Madre - Ya me he peinado.
Laura - No, en serio.
Madre - En serio.

Mejor no seguir, no quiero terminar el año discutiendo.

Tercera parte: a por uvas

Todos los años sobran uvas para comer fruta durante unos cuantos días más. Este año había 35, lo que significa que tocábamos a 11,33 uvas por cabeza. Bueno, más que uvas parecían... que sé yo, eran enormes y ahora no se me ocurre ningún símil. Para colmo, mi madre se empeñó en que este año no les quitaban las pepitas, sólo la piel.

Echamos las 35 uvas en un tupper y fuimos a casa de mis tíos, donde hasta las 21.00 no sabían que íbamos a aparecer por allí, a pesar de que mi querida madre había decidido esa misma mañana que nos tomaríamos las uvas todos juntos. Parece ser que era una decisión unilateral pero por suerte nos acogieron y nos dieron una uva de más. Claro, que se la podrían haber ahorrado.

Cada año he cumplido escrupulosamente con la tradición de las doce uvas y nunca han me han sobrado ni faltado ni he ido pillada de tiempo. Este año no fue así. Decidí que el reloj de la Puerta del Sol y yo tenemos ritmos diferentes, así que empecé el año cuando me pareció. Concretamente, cuatro uvas después que el resto de España (excepto Canarias). Como me salga bien 2012, pienso repetir la maniobra año tras año.

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No quiero cerrar mi especial año nuevo sin una mención especial, que es para los locutores que estaban de guardia en RNE. No es por la putada de trabajar en fin de año ni por solidaridad con otros medios de comunicación, es porque llevaban la madre de todas las tajadas. Según iba avanzando el programa se notaba cómo les costaba más leer y vocalizar. Por si fuera poco, hubo un momento en que se vinieron arriba y empezaron a poner congas. Me hubiera gustado averiguar tres cosas:

a) Cómo dieron las campanadas
b) La que tendrían montada en el estudio
c) En qué estado llegaron al final del programa

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