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jueves, 29 de octubre de 2009

Me cago en Madrid (a.k.a. Por qué es importante ir con tiempo a los sitios)

Buenos días gente. Buenos por decir algo, porque sigo con mi catarrazo y estoy como si me hubieran metido la cabeza en una prensa de Gutenberg. Los obreros del ascensor rompiendo paredes desde las 8 de la mañana (encima son puntuales, la madre que los parió) no ayudan a que me sienta mejor.

Anoche fui a ver a Les Luthiers (jijiji). En las entradas ponía que era en el Palacio de Congresos y hacia allí que me dirigí. Llegamos 10 minutos antes de la hora que ponía en las entradas, un poco justo pero bien. En la puerta del Palacio de Congresos había dos señores y otro grupo de gente que subía las escaleras a la vez que nosotros.

Señor del Palacio de Congresos - Llegáis tarde
Laura - Todavía son menos diez
Señor - No es aquí
(por favor dígame que lo siguiente es "es por la otra puerta")
Señor - Es en el IFEMA
(joder, y nosotros en la Castellana)
Chica preocupada - ¿En serio?

Pues sí, iba en serio. Y además hemos aparcado a hacer puñetas ¡yuju! Volvemos al coche y tiramos hacia el Juan Carlos I. Mientras tanto, yo iba pensando por qué Madrid tiene dos palacios de congresos y está cerrando cines, teatros y salas de conciertos. No deja de ser algo inquietante, al igual que la señalización. De pronto, en una rotonda, el cartelito amarillo con el logo del IFEMA y la flecha que marca la dirección desaparece. Encontramos el camino de casualidad (o porque cuando naces en un hospital de Madrid te implantan un chip en el cerebro con el plano del metro y otro para que sepas orientarte en una ciudad mal señalizada).

De pronto veo un cartelote azul. "Este parque se riega con agua reciclada". No, ése no, el de al lado. "Parking auditorio". ¿Será ahí? Sin saber cómo ni por qué, circulamos por una especie de camino de cabras paralelo a una vía de tren. ¿Por aquí pasan trenes? Mira, un parking pero sin auditorio. Preguntamos a una pareja que está fuera del coche de cháchara (si estuvieran dentro los dejaría atender tranquilamente a sus cosas). No tienen ni puñetera idea de dónde está el auditorio. Cambio de ruta: salimos de donde quiera que nos hayamos metido, volvemos a la última rotonda (que para algo están, aparte de para atraer todo tipo de pirulas e infracciones) y buscamos el Palacio de Congresos.

Ya no hay tiempo para buscar sitio en la calle. Al parking. Planta -1: no se ve sitio. Planta -2: no se ve sitio. Planta -3 (ya empieza a hacer calor): no se ve sitio. Planta -4 (creo que he oído las calderas del infienno): no se ve sitio. Planta -5 (¿eso ha sido un grito?): no se ve sitio. Planta -6 (hola, señor de rojo con rabo y cuernos): mira, aquí sí hay sitio. Y todavía queda otra planta por debajo... vale, salgamos ya del inframundo.

Salgo del ascensor y me doy de bruces con una puerta cerrada. Pues qué gracia ¿no? Ah, no, que hay que salir a la calle y entrar por la puerta principal. Pues vale. Una acomodadora nos muestra amablemente el camino hasta nuestros asientos. Me acomodo, cojo el programa... bien, sólo nos hemos perdido dos canciones (a buscar mañana en YouTube) y una de ellas sólo era un fragmento. Veo una luz a mis espaldas... mira, no hemos sido los últimos en llegar.