Lo bueno de estar en un edificio de oficinas de tamaño medio es que ves mucha gente. Bueno, si coincides con sus horarios, claro. Aún no están ocupadas las 15 oficinas pero es agradable cruzarse con alguien en el ascensor de vez en cuando. Y a veces hasta da para una historia curiosa.
Lunes, hora de entrar a trabajar. Frente al ascensor hay dos chicos. Altísimos, monísimos, extranjeros. Estaban hablando sobre el trabajo y otros menesteres delante de la puerta del ascensor. Supuse que estaban esperando pero supuse mucho. Después de mucho rato sin oir ruidos al otro lado de la puerta, me da por mirar el botón: no han llamado al ascensor. Tranquilos, chavales, que ya llamo yo.
Se abren las puertas y entramos los tres. Yo pulso el botón correspondiente; ellos no. Pues no creo que vayamos a la misma planta, porque en ese piso sólo está mi trabajo, ellos verán. Llegamos a la planta correspondiente y se quedan mirando la pantallita con el número, como asombrados.
Me bajé y se quedaron allí. No sé si se quedaron allí dentro esperando a que alguien fuera a la planta que les venía bien o decidieron que era un buen momento para tener un poco más de iniciativa y pulsar el botón, quién sabe.
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