domingo, 28 de abril de 2013

Ikea, sucursal del infierno

Madre no hay más que una pero a mí a veces me sobra. Siempre digo que una madre es esa mujer que te da la vida y luego se la va cobrando en cómodos plazos. Cuando eres pequeño, hace cosas como disfrazarte de animal de granja o enseñarles a sus amigas fotos de las que te avergonzarás cuando tengas uso de razón y edad para votar. Cuando eres mayor, consigue que un recorrido por Ikea, ya de por sí tortuoso y lleno de inesperados y aterradores obstáculos, no tenga nada que envidiar a la magnitud de La Odisea.

Ingenuamente pensé que podría planear mi mudanza y todo saldría según el plan. Yo también parezco nueva: ¿desde cuándo las cosas salen como se planean? Fui con los deberes hechos, miré lo que necesitaba en el catálogo online, apunté las referencias y precios de los productos escogidos en una hoja de cálculo de excel y agrupé las compras por los lugares donde debía ir para optimizar el tiempo. Pero claro, en el excel no conté con mi querida madre.

Mi madre tiene una cualidad que es a la vez virtud y defecto: le gusta todo. Esto me asegura que siempre acertaré con los regalos pero también me asegura que llevarla a cualquier lugar con tiendas supone una dilatación impredecible de la variable tiempo. A las 12.30 estaba llegando a Ikea. Para explicar cómo fue la visita, creo que es mejor romper mi privacidad y transcribir una conversación por wasap con Hell's Tea, coprotagonista de la mudanza cruzada:

(12:30) Sólo es coger la mesa y dos cosas más en Ikea. Estamos aparcando.
(13:52) Espero salir pronto del Ikea.
(13:56) Voy en cuanto encuentre a mi madre. La he perdido en la planta de las chuminadas. [sí, tardé casi hora y media en completar el recorrido por la exposición sin necesitar nada de allí]
(14:22) He abandonado a mi madre en el Ikea de Xxxxxxxx.
(14:23) Joder con tu madre
(14:29) Mierda, me ha encontrado.
(14:43) Ya estamos fuera.

Aparte de la fauna habitual del Ikea un sábado por la mañana (señoras como mi madre que se quedan paradas en un pasillo fascinadas con cualquier trasto mientras sus maridos ponen cara de resignación, familias que van a soltar a los niños por los miles de metros cuadrados que tiene aquello para que no den por culo, modernillos comprando lámparas imposibles, malenis comprando vajillas rosas y moldes para repostería, parejas que comienza su inminente convivencia discutiendo por el estampado de una funda nórdica, gente aburrida que pasaba por allí y se quedó atrapada por no seguir las flechas ni conocer los atajos...), me encontré con otros contratiempos, como el mostrador de la entrada donde hacen la tarjeta Ikea Family (reconozco que acabé haciéndomela y hasta le saqué provecho) y una mesa de oferta que no era la que había mirado pero que nos entretetuvo a mi padre y a mí el tiempo suficiente como para que mi madre nos alcanzara. Menos mal que nunca me han mandado a una guerra, porque en mi tropa habría muchas bajas y llegaría al final de las operaciones yo sola después de dejar a todos los demás abandonados por el camino.

Ya que estaba (y que no estoy dispuesta perder más horas de mi vida en volver a pasar por semejante via crucis), me di cuenta de que allí tienen otras muchas cosas que necesitaba y en las que no había reparado, así que las tres cosas que tenía anotadas en mi lista se multiplicaron y mutaron alarmantemente. Esa mesa barata, apañada y, principalmente, fácil de montar que vi en Internet se transformó en una mesa de otro material, color y medidas que estaba de oferta con la tarjeta Ikea Family (habrá que aprovecharla), que no es ni de lejos tan fácil de montar y que le había gustado a mi padre, que me retuvo en la sección de mesas hasta que cedí a cargar con una mesa extensible. El argumento principal era "si va gente a casa la abres". Claro, pero pero el argumento con otros objetos era "con esto te sobra, si vas a estar sola".

También acabé echando a la bolsita amarilla un sacacorchos, una tabla de planchar, una caja de herramientas, una bolsa de Ikea y otros objetos que nunca en mi vida me había planteado que hubiera que comprar, simplemente han estado allí siempre al abrir el cajón oportuno y nadie recordaba cuándo, cómo ni por qué habían entrado en nuestra casa ni en nuestras vidas.

Después de meter en el coche (grande, alto, con maletero amplio y dos de los tres asientos traseros abatidos) el mamotreto de mesa escogida por mi querido padre (y rebajada con mi tarjeta Ikea Family), ver que no cabía, volverla a meter y darle unos cuantos empujones para poder cerrar el portón, la dejé en la todavía casa de Hell's Tea y salí de allí con ganas de no volver a ver una nave azul con letras amarillas en una buena temporada. Ni por todas las galletas suecas del mundo.

3 comentarios:

  1. Te dije que te iban a surgir cosas y eso que no contábamos con el factor madre.
    ¿Lo del disfraz de animal de granja lo dices por mí? Porque yo me he dado por aludida ;)

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  2. La verdad que el concepto de ikea con el caminito a seguir y los contados atajos resulta agobiante, además la temperatura ambiente te ayuda a llevarte a casa un imponente dolor de cabeza, además de una sensación de ambiente claustrofóbico. Confieso que la mayoría de las veces voy por obligación y que salvo contados casos me sirve para hacer "deporte" en un lugar cubierto. Creo que es muy gráfica esta ultima descripción ;)

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