lunes, 8 de diciembre de 2014

Ya están aquí

Colas kilométricas que no sabes dónde terminan, una calle comercial que parece Tokio, gente que entra en el metro como quien entra en Disneylandia (pero empujando más), gorritos horteras, niños forrados de ropa de abrigo que intentan atravesarte corriendo cinco metros por delante de sus padres... Pues sí, ya están aquí las navidades.

Da igual que en el supermercado lleven un mes vendiendo turrones y mazapanes y que ya te hayan colocado la lotería del trabajo, de la familia, del bar, del gimnasio, de la piscina y de la peña atlética de Villar del Río, que ni sabes dónde está el pueblo ni por qué tienen peña atlética ni cómo has acabado con una participación. Da igual, porque la Navidad se manifiesta en todo su apogeo ahora, cuando sales del metro en Sol y piensas que ha vuelto el 15-M y tú no te has enterado.

El centro de las grandes ciudades se convierte en un peligro para tu salud mental, pero también para tu integridad física. Y lo digo en serio, porque lo he vivido: el otro día estaba esperando en Gran Vía y tres generaciones de una familia más bien tirando a amplia decidieron comenzar a reagrupar niños en el punto exacto donde me encontraba. Ya veía que iban a empezar a andar y me iban a arrastrar con ellos, como en la estampida de ñus de 'El rey león'. No os aburriré con los detalles de cómo conseguí escapar sin que tuviera que intervenir la Policía, pero ya veis que estoy viva.

Pero lo peor es lo que queda: la fiesta de Navidad de la empresa (con el agravante de que este año soy nueva y no conozco a nadie), la odisea de comprar los regalos, que cuando ya tengas todos los regalos comprados te llame tu madre para encargarte que les compres algo a los hijos de tu primo, que cuando ya hayas comprado tus regalos y los que te ha encargado tu madre te llame tu padre para preguntarte qué le puede comprar a tu madre, la cena de Nochebuena muriéndote de aburrimiento en casa de tu tía y que la única escapatoria a ver la misma peli de todos los años por vigésimotercera vez sea la misa del gallo, el infierno de organizar cenas, cuadrar agendas con los expatriados que vuelven a casa por Navidad (esto en realidad me gusta, pero me dan pereza las cabriolas para encajar muchas cosas en poco tiempo), cuadrar agendas con el resto de gente que también tiene cenas y amigos expatriados que vuelven a casa por Navidad y la multiplicación de gente en el gimnasio (con lo bien que se está en noviembre, que ya han desistido los que deciden apuntarse después de las vacaciones pero aún no han llegado los de los propósitos de fin de año).

No nos engañemos, en el fondo nos gusta. Aunque este año vayan a regalarte otra vez unos calcetines de rombos y el último Premio Planeta o una caja de sombras de ojos que nunca vas a usar. Aunque no se pueda pisar el centro. Aunque haya líneas de metro y autobús que es mejor evitar, incluso si para ello tienes que cambiar tu itinerario al trabajo.

Y Mariah Carey, no os olvidéis de Mariah Carey.

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