A: Alemania. Mola volver a Berlín y sentirse como si no hubiera pasado el tiempo. Bueno, quitando que cada vez que vuelvo me encuentro que han cerrado algo que me gustaba, hacen cambios en la red de metro (menos la línea 2, que sigue en obras dos años y pico después) o la fauna en ciertas zonas de la ciudad se va volviendo más hostiable (malditos hipsters, no tenían suficiente con Londres). No lo pongo en la B (de Berlín, obviamente) porque esa letra la tengo reservada para otro acontecimiento.
B: boda, (aka The Event). El bodorrio de Hell's Tea y su marido (antes marío) coincidió con el día de mi vigésimo sexto cumpleaños. A pesar de todo lo que pasó antes y durante, todo salió estupendamente. (modo sentimental on) No les voy a desear que sean felices juntos porque no hace falta, lo han sido desde que les conozco y no creo que vayan a dejar de serlo ahora (modo sentimental off).
C: campaña electoral. Y no una, sino dos. Me tocó comerme las elecciones municipales y autonómicas en la prensa local y después me tocó comerme las elecciones generales en un periódico digital. Menos mal que hasta dentro de cuatro años no volverán a dar el coñazo (espero).
D: deporte. No por el trabajo, porque cuando se creó el medio en cuestión se decidió que el deporte era prescindible. Después de varios intentos de tener un horario (y una vida) he conseguido sacar tiempo por las mañanas para ir al gimnasio y a la piscina. Mi espalda lo agradece.
E: escaqueador. Todos tenemos un compañero de trabajo al que nos gustaría asesinar a sangre fría, trocearlo, meterlo en bolsas de basura y tirarlo al mar (cosa bastante complicada en Madrid, por cierto). El mío es todo un especialista en el noble arte del escaqueo y sé a ciencia cierta que no soy la única persona de la redacción que lo dejaría expuesto a su oscuro pasajero.
F: ficción. Mi vicio por la series no hace más que aumentar. También es cierto que con los horarios que tengo hay pocas opciones en la tele. Este año se han incorporado a la lista Pan Am y New girl y he recuperado Psych. Sospecho que este mes de parones me engancharé a Breaking bad o Boardwalk Empire y retomaré A dos metros bajo tierra.
G: genitivo plural. Las clases de ruso han conseguido algo que parecía impensable: que alguien eche de menos la gramática alemana.
H: horario. No es normal tener de esto siendo periodista pero yo lo he conseguido (a ver lo que dura). Además hay gente maja dispuesta a colaborar para que puedas tener algo de vida fuera del trabajo de vez en cuando (algo que no siempre se consigue, como ya ha demostrado la experiencia) y entro a trabajar de día durante todo el año.
I: Internet. Desde que he descubierto que puedo comprar por Internet, como que me da menos pereza eso de comprar ropa. También han caído zapatos y algún que otro complemento. Ya no tengo necesidad de agobiarme en los centros comerciales ni de pasarme la tarde de tienda en tienda para volver a casa cabreada porque no encuentro nada que me guste y no cueste un riñón y medio hígado. Y además me lo mandan a casa.
J: jefes. No os imagináis la enorme satisfacción que se siente al decirle que no a un jefe impresentable e insoportable y largarse del trabajo. Ahora tengo jefes que confían en mí y que están contentos con mi trabajo (y si no lo están, mienten muy bien). Eso no quita que a veces no eche de menos a mi jefa maja, pero sigo en contacto con ella.
K: Kindle. Los regalos de reyes pierden misterio cuando tu padre dice "entra en Amazon y encárgate el libro electrónico ese que tienen". Está claro que le voy a sacar provecho, porque sigo manteniendo la sana costumbre de leer en el tren/metro. La putada es que tengo que aguantar dos semanas con el trasto en casa sin poder arrimarme a él, porque aquí somos más de Reyes Magos que de Papá Noel, así que el Kindle ya será de 2012 más que de 2011. Por lo menos no me hizo encargar mi propio regalo con cargo a mi tarjeta de crédito.
L: lagartija. No tiene nada que ver con la operación "Lagarto-lagarto" de Airevisual (gran momentazo de mis chicas en Twitter), más bien con la fauna indeterminada que me encuentro todas las mañanas. Porque en la zona donde está mi trabajo otra cosa no, pero todavía quedan muchos descampados por urbanizar. Cosas de la burbuja inmobiliaria, que los constructores empezaron a ampliar Madrid y se quedaron a medias.
M: mañana. La gente con horarios normales trabaja por la mañana y hace el resto de cosas por la tarde. Yo voy al revés, soy así de estupenda. Lo bueno es que por la mañana hay menos gente en todas partes y no pillo la hora punta, excepto un rato los viernes, por aquello de la jornada intensiva.
N: noticia. De momento no parece que vaya a descubrir el Watergate ni nada parecido, pero ya he dado un comunicado de ETA, unas elecciones generales y un nombramiento de ministros. Y lo que vendrá.
Ñ: nada, ésta ni tirando del diccionario Espasa.
O: ornitorrinco. Otro regalo de reyes que no va a ser sorpresa. Esta vez ha sido culpa mía, que soy muy dada a decir de coña cosas que luego resultan ser verdad.
P: periodismo. Esa noble profesión tan desprestigiada últimamente pero que a mí, por alguna razón inexplicable, me encanta. Tengo trabajo "de lo mío" y me gusta, que ya es más de lo que puede decir mucha gente en los tiempos que corren. Ahora sólo falta que me suban un pelín el sueldo, que con 26 años ya hay que ir pensando en independizarse.
Q: quedada. Ya se sabe: lo que no has hecho en todo el año, lo dejas para diciembre. En esas estoy, aprovechando que he pillado unos días libres para quedar con la gente que tengo por ahí desperdigada. De momento, La Vaga (que pasará unos días en Madrid después de salir de Canadá y antes de irse a Polonia), un excompañero de mis tiempos de becaria (todos los años quedamos, ya es tradición), Hell's Tea, mi jefa maja y la diseñadora del trabajo anterior (antes de que se marche a Londres). Lo mejor de todo es que he tenido que apiñar a toda esta gente en dos días.
R: reportaje. Cuando empecé en mi nuevo trabajo me sentía un poco engañada. Resulta que salí bastante mal parada en el reparto de tareas, que se hizo de una manera totalmente arbitraria. Ahora parece que las cosas se están poniendo en orden poco a poco y ahora al menos puedo (más bien debo) sacar un tema propio cada semana. No está mal, aunque tiene sus "peros", que aparecerán más adelante (en la W).
S: smartphone. Dos, como las campañas electorales. Tras un cabreo monumental con mi compañía de móvil de toda la vida y sus correspondientes llamadas a desatención al cliente para decirles que por qué coño me estaban cobrando de más, decidí cambiarme de compañía. Ahí llegó el primer smartphone. El segundo entró en mi vida apenas una semana después, cuando la empresa decidió que debía tenerme controlada. Ahora voy por la vida con un "call center" en el bolsillo.
T: transporte público. Cambiar un trabajo casi en la sierra por un trabajo dentro del término municipal de Madrid no significa ganar tiempo. Es más, tardo prácticamente lo mismo, por las infernales combinaciones de transporte público. Desde aquí, lanzo una propuesta a la Comunidad de Madrid (que ya sé qu eni me lee ni me va a hacer caso): si se abre una salida a la estación de Fuencarral por el otro lado, toda la zona de Las Tablas tendría Cercanías (y yo tardaría como unos 20-25 minutos menos en llegar al trabajo). Señor consejero de Transporte, piénselo.
U: urgencias. Este año he tenido que ir más veces que durante el resto de mi vida. No entraremos a hablar de cómo está la sanidad últimamente, pero no es normal (o no debería serlo) que te tengan cuatro horas esperando para diagnosticarte algo que no tienes sin hacerte ni una sola prueba ni que tengas que ir tres veces en la misma semana con la misma historia.
V: del nombre de mi nuevo trabajo. Y hasta aquí puedo leer.
W: welt.de. Es la dirección de la versión on-line de Die Welt. El subdirector se ha aficionado a los temas que rapiño de la prensa internacional. Es culpa mía, desde el momento en que me presenté en su despacho con un tema de los que a él le gustan (bancos centrales, fraudes fiscales a gran escala y ese tipo de cosas). Ahora tengo que rapiñar un tema por semana, con el agravante de que a veces me manda informes económicos en inglés para completar. Lo bueno es que no puedo quejarme de tener abandonados los idiomas; lo malo es que empiezo a sospechar que si algún día salgo de la no-sección donde estoy será para entrar en economía.
X: XXVI (26). Para rellenar ciertas letras hay que acudir a trampas de este tipo, que no siempre es fácil. Como ya se encargó de recordarme más de uno el día de mi cumpleaños, ya estoy más cerca de los 30. Lo rápido que pasa el tiempo y la de cosas que me quedan todavía por hacer, oyes.
Y: yogur. Desde que como con horario europeo y ceno con la hora de Canarias, las tardes se hacen muy largas para mi estómago, recuperando la sana costumbre de merendar. Los yogures del Lidl son maravillosos para este fin.
Z: zzzzzzz. Sí, dormir. Durante este año he pasado por todos los estados posibles: estar muerta de sueño (cuando estuve pluriempleada), dormir poco y mal (cuando las cosas se pusieron feas en el trabajo anterior y salía quemada de trabajar cada día) y volver a dormir como una persona (desde que tengo cierta estabilidad y unos horarios en condiciones). Intentaremos mantenerlo en 2012.
jueves, 22 de diciembre de 2011
jueves, 15 de diciembre de 2011
Gente rara
Lo bueno de estar en un edificio de oficinas de tamaño medio es que ves mucha gente. Bueno, si coincides con sus horarios, claro. Aún no están ocupadas las 15 oficinas pero es agradable cruzarse con alguien en el ascensor de vez en cuando. Y a veces hasta da para una historia curiosa.
Lunes, hora de entrar a trabajar. Frente al ascensor hay dos chicos. Altísimos, monísimos, extranjeros. Estaban hablando sobre el trabajo y otros menesteres delante de la puerta del ascensor. Supuse que estaban esperando pero supuse mucho. Después de mucho rato sin oir ruidos al otro lado de la puerta, me da por mirar el botón: no han llamado al ascensor. Tranquilos, chavales, que ya llamo yo.
Se abren las puertas y entramos los tres. Yo pulso el botón correspondiente; ellos no. Pues no creo que vayamos a la misma planta, porque en ese piso sólo está mi trabajo, ellos verán. Llegamos a la planta correspondiente y se quedan mirando la pantallita con el número, como asombrados.
Me bajé y se quedaron allí. No sé si se quedaron allí dentro esperando a que alguien fuera a la planta que les venía bien o decidieron que era un buen momento para tener un poco más de iniciativa y pulsar el botón, quién sabe.
Lunes, hora de entrar a trabajar. Frente al ascensor hay dos chicos. Altísimos, monísimos, extranjeros. Estaban hablando sobre el trabajo y otros menesteres delante de la puerta del ascensor. Supuse que estaban esperando pero supuse mucho. Después de mucho rato sin oir ruidos al otro lado de la puerta, me da por mirar el botón: no han llamado al ascensor. Tranquilos, chavales, que ya llamo yo.
Se abren las puertas y entramos los tres. Yo pulso el botón correspondiente; ellos no. Pues no creo que vayamos a la misma planta, porque en ese piso sólo está mi trabajo, ellos verán. Llegamos a la planta correspondiente y se quedan mirando la pantallita con el número, como asombrados.
Me bajé y se quedaron allí. No sé si se quedaron allí dentro esperando a que alguien fuera a la planta que les venía bien o decidieron que era un buen momento para tener un poco más de iniciativa y pulsar el botón, quién sabe.
martes, 6 de diciembre de 2011
Historias de Berlín (vol. I): Ich hasse den S-Bahn (odio el Cercanías)
Que quede claro que este puente no voy a ir a ningún sitio pero me habéis dado envidia. La gente está subiendo como loca a Facebook y Twitter fotos de sitios guays que tienen fuentes de chocolate o pistas de patinaje y a una, que no es de piedra, le entra la envidia. Como he ido dejando "para luego" el relato de mis "vacaciones" de este verano (a excepción de la teoría de los calcetines perdidos y alguna cosa más), al final me he plantado en el puente de diciembre sin haber publicado ni una sola de las historias que tenía en mente. Pues aquí va la primera.
Siguiendo la recomendación del novio de una compañera de la universidad, se llamará "Ich hasse den S-Bahn", que traducido al español vendría a ser "Odio el Cercanías". También se puede aplicar a Madrid, sobre todo los viernes, que parece que ya están ensayando para el fin de semana. O cuando tienen la maldita manía de no reportar las incidencias aunque sea obvio que algo falla.
Mi primera semana en Berlín fue muy ajetreada y cada tarde me salía un plan distinto. Entre los que viven allí y los que pasaban por allí, llené mi agenda de compromisos sociales, hasta tal punto que justo una semana después de haber llegado decidí que me merecía un día de descanso, en el que lo único que hice fue hacer fotos, bajarme al parque a leer un libro y descargarme una película de Ken Loach. Pero el día anterior (es decir, el viernes) fue el horror, como diría Robert Duvall, en gran parte gracias al S-Bahn, primo alemán de nuestro querido Cercanías.
Entre toda la gente con la que coincidí en Berlín, estaba un compañero de la EOI. El chico necesitaba una desconexión y pensó que lo mejor sería irse un mes a hacer turismo con la excusa de las becas de idiomas que da el Ministerio de Cultura. Ese mismo día, por la noche, llegaba su novia, en el último vuelo de EasyJet, que llega a la capital germana cerca de la medianoche. Normalmente se tarda menos de una hora en llegar al aeropuerto de Schönefeld (el cutre que hay en el sur) pero, por si acaso, salimos con hora y media de antelación, para curarnos en salud.
Y menos mal que salimos con hora y media de antelación, porque si no todavía seguiríamos allí. El caso es que los señores que manejan los trenes tienen manías muy raras, por ejemplo, no avisarte de que han quitado un tren hasta que ese tren debería estar pasando. Esto significa que tú estás tranquilamente esperando un tren al que le quedan diez minutos para llegar. Cuando pasan esos diez minutos, el tren no viene pero en la estación tienen la amabilidad de ponerte en el panel que ese tren no pasa. Pues muy bien, esperemos al siguiente. Si a eso le añadimos que era viernes por la noche y, por tanto, ya funcionaban con el horario de fin de semana por la noche, ya es la juerga padre. ¿Quieres más? Pues había obras y tenías que bajarte en una estación y cambiar de tren.
Con todas estas cosas divertidas, llegamos al aeropuerto una hora tarde, a pesar de haber salido con tiempo de sobra. El camino de vuelta fue tan largo como incómodo, porque a la chica que esperaba en el aeropuerto no debió hacerle ninguna gracia que su novio llegara una hora tarde. Por el carácter de ella, tampoco parecía hacerle demasiada gracia que llegara acompañado. Además, su primera reacción fue no creerse la de problemas que habíamos tenido con los trenes, incluso aunque la vuelta fue igual de jodida y pudo comprobarlo por sí misma.
No sé lo que tardamos en volver al centro pero se me hizo eterno, en gran parte por la actitud poco colaboradora de la chiquilla, que se empeñaba en no hablarnos y poner cara de pez cabreado. Con lo fácil que hubiera sido decirle "coge tal tren, que te esperamos en nosequé estación". No veía el momento de separarme de la pareja para irme a casa y cuando ya estaba a punto de conseguirlo (un transbordo y dos paradas más y sería libre), nos equivocamos de tren. No, por favor, 20 minutos más de espera en una estación solitaria es lo último que quería.
Ignoro lo que ocurrió cuando me fui pitando a coger el metro pero agradecí inmensamente poder salir de esa situación tan poco agradable.
Siguiendo la recomendación del novio de una compañera de la universidad, se llamará "Ich hasse den S-Bahn", que traducido al español vendría a ser "Odio el Cercanías". También se puede aplicar a Madrid, sobre todo los viernes, que parece que ya están ensayando para el fin de semana. O cuando tienen la maldita manía de no reportar las incidencias aunque sea obvio que algo falla.
Mi primera semana en Berlín fue muy ajetreada y cada tarde me salía un plan distinto. Entre los que viven allí y los que pasaban por allí, llené mi agenda de compromisos sociales, hasta tal punto que justo una semana después de haber llegado decidí que me merecía un día de descanso, en el que lo único que hice fue hacer fotos, bajarme al parque a leer un libro y descargarme una película de Ken Loach. Pero el día anterior (es decir, el viernes) fue el horror, como diría Robert Duvall, en gran parte gracias al S-Bahn, primo alemán de nuestro querido Cercanías.
Entre toda la gente con la que coincidí en Berlín, estaba un compañero de la EOI. El chico necesitaba una desconexión y pensó que lo mejor sería irse un mes a hacer turismo con la excusa de las becas de idiomas que da el Ministerio de Cultura. Ese mismo día, por la noche, llegaba su novia, en el último vuelo de EasyJet, que llega a la capital germana cerca de la medianoche. Normalmente se tarda menos de una hora en llegar al aeropuerto de Schönefeld (el cutre que hay en el sur) pero, por si acaso, salimos con hora y media de antelación, para curarnos en salud.
Y menos mal que salimos con hora y media de antelación, porque si no todavía seguiríamos allí. El caso es que los señores que manejan los trenes tienen manías muy raras, por ejemplo, no avisarte de que han quitado un tren hasta que ese tren debería estar pasando. Esto significa que tú estás tranquilamente esperando un tren al que le quedan diez minutos para llegar. Cuando pasan esos diez minutos, el tren no viene pero en la estación tienen la amabilidad de ponerte en el panel que ese tren no pasa. Pues muy bien, esperemos al siguiente. Si a eso le añadimos que era viernes por la noche y, por tanto, ya funcionaban con el horario de fin de semana por la noche, ya es la juerga padre. ¿Quieres más? Pues había obras y tenías que bajarte en una estación y cambiar de tren.
Con todas estas cosas divertidas, llegamos al aeropuerto una hora tarde, a pesar de haber salido con tiempo de sobra. El camino de vuelta fue tan largo como incómodo, porque a la chica que esperaba en el aeropuerto no debió hacerle ninguna gracia que su novio llegara una hora tarde. Por el carácter de ella, tampoco parecía hacerle demasiada gracia que llegara acompañado. Además, su primera reacción fue no creerse la de problemas que habíamos tenido con los trenes, incluso aunque la vuelta fue igual de jodida y pudo comprobarlo por sí misma.
No sé lo que tardamos en volver al centro pero se me hizo eterno, en gran parte por la actitud poco colaboradora de la chiquilla, que se empeñaba en no hablarnos y poner cara de pez cabreado. Con lo fácil que hubiera sido decirle "coge tal tren, que te esperamos en nosequé estación". No veía el momento de separarme de la pareja para irme a casa y cuando ya estaba a punto de conseguirlo (un transbordo y dos paradas más y sería libre), nos equivocamos de tren. No, por favor, 20 minutos más de espera en una estación solitaria es lo último que quería.
Ignoro lo que ocurrió cuando me fui pitando a coger el metro pero agradecí inmensamente poder salir de esa situación tan poco agradable.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)