Como ya conté por ahí, el traje de pedir curro ha funcionado. Ya sabéis: hay que escoger la opción 3 (be yourself, pero sin pasarte), que parece que funciona. Mañana iré a firmar contrato y pasado mañana, a las 8 de la mañana (me está entrando sueño sólo de pensarlo), comenzará mi nueva jornada laboral. Como no sé aún qué pasará, tengo que mantener el trabajo actual, así que, durante dos meses, tendré un estupendo pluriempleo (suerte que viene acompañado de un buen plurisueldo).
Ya he tenido pluriempleos otras veces pero era más bien un trabajo entre semana y otro los fines de semana. Claro, que en esas ocasiones, en el mejor de los casos llegaba a 400 ó 450 euros mensuales (cosas de ser becario). Ahora va a ser mucho más divertido, porque tendré un trabajo por las mañanas (el nuevo, que será de 8:00 a 14:00) y otro por las tardes (el viejo, que será más o menos de 15:00 hasta que los jefes consideren que ya he sufrido bastante y puedo irme a casa, aunque según mi contrato debería ser hasta las 19:00 -pero todos sabemos que eso no va a pasar-). Conclusión: me voy a pegar unos madrugones como no me he pegado en mi vida y además voy a llegar a casa a las mil. Como bien ha dicho Patri por feisbuk, no voy a cambiar, voy a sumar.
Esta situación se va a mantener así durante dos meses (espero). Se supone que, pasado ese tiempo (si no he muerto de agotamiento), la empresa nueva me contratará a jornada completa, tendré horarios de persona normal y podré decir adiós a la empresa número 1, sus cortes de luz e Internet, sus horarios interminables con infinidad de horas extra que nunca cobraré y, principalmente (y muy importante), a los criterios aleatorios de mi jefe. No tengo nada en contra de la gente con criterios aleatorios, (de hecho, mi madre sufre este problema), lo que no soporto es trabajar con este tipo de personas y mucho menos que dirijan un equipo del que formo parte, como es el caso.
Como ahora estoy un poco reventada, ya contaré la historia completa mañana, incluyendo un par de contratiempos absurdos que he tenido esta mañana. Y como regalo, de bonus, el primer capítulo de "En busca del delantal ruso".
lunes, 28 de febrero de 2011
viernes, 25 de febrero de 2011
El traje de pedir trabajo
Las pocas veces que consigo una entrevista de trabajo se me presenta el mismo problema: ¿qué me pongo? A lo mejor a vosotros os parece fácil pero a mí no. Tengo bien claro que hay que ir presentable y dar buena imagen pero tampoco quiero ir "disfrazada" ni que los de selección de personal piensen que les estoy engañando (aunque sea lo que hacemos todos en las entrevistas de trabajo, la cuestión es que no se tiene que notar).
El viernes fue una des esas escasas ocasiones en que mi curriculum no se pierde entre la montaña de solicitudes enviadas (que, según Infojobs, a veces pasan de 300 sin ninguna dificultad) y me citan para mantener una entrevista. Después de mucho revolver el armario, llegué a la conclusión de que, en el caso de las mujeres, existen al menos tres estilos a la hora de vestirse para intentar que alguien de un departamento de recursos humanos (que a veces ni conoce la empresa en la que vas a trabajar finalmente) te dé un empleo.
Opción 1: Quiero ser como Merkel
El viernes fue una des esas escasas ocasiones en que mi curriculum no se pierde entre la montaña de solicitudes enviadas (que, según Infojobs, a veces pasan de 300 sin ninguna dificultad) y me citan para mantener una entrevista. Después de mucho revolver el armario, llegué a la conclusión de que, en el caso de las mujeres, existen al menos tres estilos a la hora de vestirse para intentar que alguien de un departamento de recursos humanos (que a veces ni conoce la empresa en la que vas a trabajar finalmente) te dé un empleo.
Opción 1: Quiero ser como Merkel
- La cosa es simple: traje oscuro de pantalón y chaqueta con camisa o camiseta lisa. Y ya está. Casualmente, era el 'look' más extendido entre las alemanas en el evento-estafa al que acudí en mayo, por lo que he llegado a la conclusión de que las centroeuropeas son así.
- Sólo necesitas tres prendas, que deberán ser de la siguiente manera: pantalón negro (o gris) recto, camisa blanca y jersey o chaqueta de punto, generalmente de color rojo, azul marino o gris. Que levante la mano la que no se haya vestido así alguna vez.
- Para poner en práctica esta opción sólo hay que hacer un pequeño ejercicio de imaginación y pensar qué te pondrías un día normal si tu trabajo precisara ir siempre hecha un pincel. En mi caso supone un esfuerzo considerable, ya que el periodismo ofrece una libertad ilimitada a la hora de elegir vestuario por las mañanas, lo que quiere decir que la última vez que me vestí bien para trabajar llevaba un uniforme y una chapa con mi nombre y mi primer apellido.
lunes, 21 de febrero de 2011
Siniestro total
Lo que son las casualidades. Un tipo se piña con el coche en Barcelona, lo deja siniestro y, unas semanas después Patri recibe una llamada telefónica un sábado a las once de la noche para pedir consejo sobre vinos manchegos. Y ahora yo estoy escribiendo esto después de haber desguazado un coche con mis propias manos en un pueblo de Cuenca. En teoría yo no tendría que haber estado allí pero el destino es caprichoso y así lo quiso.
El viernes por la tarde, mientras me preparaba para ir a la piscina, Gamab me dijo que preparara la mochila porque en menos de una hora tenía que irme con él y con un amiguete suyo todo el fin de semana a un pueblo de Cuenca (del que se dice que es el lugar de origen del gañán de La Hora Chanante). En ese momento, cancelé todos mis planes, busqué la ropa más asquerosa que tenía en el armario (lo cuál no fue complicado) porque había previsión de mancharse mucho y les conté la historia a mis padres, que como estaban constipados no se quejaron mucho pero debieron de flipar un poquillo. La historia es que este amiguete había comprado un coche siniestrado, del mismo modelo que el suyo, y quería sacar las piezas, algunas para su propio coche y otras para venderlas.
Cogí mis trastos, eché las pastillas de la alergia y dos paquetes de kleenex al macuto y bajé al cajero, que no hay que salir de viaje sin efectivo. Cuando iba camino al punto donde me recogerían, me encontré con un antiguo compañero del colegio, que no influyó en el desarrollo del fin de semana pero lo que nos ocurrió ya hacía presagiar que los dos días que tenía por delante iban a ser, cuanto menos, peculiares. Pasó un cani típico de Fuenla corriendo como si le fuera la vida en ello y , unos metros por detras, otro chico, claramente con ganas de matar al cani que, supusimos, acababa de robarle. Miramos al parque que teníamos enfrente para ver cómo se desarrollaba la persecución y entonces vimos otras dos persecuciones más.
Sin poder quitarme la imagen del "Día internacional de las persecuciones" de la cabeza, continúe mi camino y esperé a que vinieran a recogerme. Si hay algo que he aprendido siendo yo durante tanto tiempo es que ningún hecho absurdo permanece aislado, siempre es el principio de una sucesión de acontecimientos. Esto quiere decir que, si ya empezaba así el fin de semana, después podía ocurrir cualquier cosa. Por suerte, el viaje transcurrió sin incidentes pero al llegar a la casa no había forma humana de dar la luz. Varios minutos, la batería de un móvil y un buen porcentaje de la carga de un Zippo después, conseguimos dar la luz. Como tengo ese pequeño problemilla de fobias, no se les ocurrió nada mejor que decirme "tú vete a la calle, que hay Luna llena", frase que a mí me sonó un poco como "sal al patio, a ver si aparece algún lobo". Seguro que no quisieron decirme eso pero es que yo a veces tengo una imaginación muy poderosa.
Antes de dormir vimos una peli muy mala pero muy entretenida, consecuencia de no haber sido capaces de conectar una videoconsola a una tele. Qué le vamos a hacer, sólo había eso o una peli de La 2 en la que salía un señor con boina durmiendo en un sillón orejero. Lo mejor de la peli fue la tanda de chistes malos del final, incluyendo "¿Qué es un granjero con una oveja debajo del brazo? Un playboy" (es posible que estuviéramos sugestionados por las historias que el comprador del coche siniestrado nos contó sobre los habitantes del pueblo). Luego nos fuimos a dormir, que al día siguiente había que currar.
Fuimos muy productivos, la verdad, y por la noche, como recompensa, nos fuimos a cenar al pueblo principal de la zona, cuyo número de habitantes, según Wikipedia, es "parámetro erróneo". Vamos, que hay más bien poquitos datos. Eso sí, el pueblo tiene Mercadona y puticlub. Tras el desastre de la comida en el bar del pueblo (ya no pienso que es imposible quedarse con hambre en un bar de pueblo), nos dimos un homenaje pero necesitábamos una cosa: vino. La carta del restaurante tenía más páginas de vinos que de comida, así que, ante tal avalancha de datos, decidí tirar de contactos y pedir consejo a Patri (que más tarde me confesaría que se asustó un poco al ver una llamada mía a esas horas pero es que ella es así de tierna).
No sé en qué orden fuimos sacando piezas, sólo que nos distribuimos por todo el coche y empezamos a aflojar tornillos y soltar grapas hasta que iban saliendo piezas. Tampoco creo que os interese mucho saberlo, sólo que el resultado final, después de día y medio de trabajo, fue algo así:
No está mal ¿verdad? Sobre todo si tenemos en cuenta que el coche entero había sido algo así. Dejamos el asiento del conductor y el diferencial, que el padre del dueño del coche decía que quería tener algo con que entretenerse esta semana, cuando fuera al pueblo a pasar unos días. También dejamos los discos de freno pero eso lo hicimos porque fuimos incapaces de sacarlos.
Mi jefa dice que debería poner mis recientemente descubiertas habilidades de desguazadora de coches en algún lugar de mi curriculum. Aún estoy dudando si ponerlo junto con la retahíla de programas informáticos y cursos del INEM o en la sección "otros datos", debajo del tipo de carnet de conducir.
Epílogo: la fiesta de la espuma
Cuando estábamos recogiendo para marcharnos, el dueño del coche y organizador del fin de semana desguazando puso el lavaplatos. Antes de irnos, fuimos a la cocina a comprobar que había terminado y que todo estaba en orden antes de cortar la luz y el agua y vimos una masa de espuma que emanaba del lavaplatos y se extendía por el suelo. En aquel momento, tuve una revelación:
Laura - Xxxxxx, ¿qué le has echado al lavaplatos?
Dueño del coche - Fairy
Dicho esto, miré a la encimera y, efectivamente, vi un botecillo transparente con Fairy Limón de fregar a mano. Lo único que pensé fue que por lo menos no se nos había ocurrido poner una lavadora.
El viernes por la tarde, mientras me preparaba para ir a la piscina, Gamab me dijo que preparara la mochila porque en menos de una hora tenía que irme con él y con un amiguete suyo todo el fin de semana a un pueblo de Cuenca (del que se dice que es el lugar de origen del gañán de La Hora Chanante). En ese momento, cancelé todos mis planes, busqué la ropa más asquerosa que tenía en el armario (lo cuál no fue complicado) porque había previsión de mancharse mucho y les conté la historia a mis padres, que como estaban constipados no se quejaron mucho pero debieron de flipar un poquillo. La historia es que este amiguete había comprado un coche siniestrado, del mismo modelo que el suyo, y quería sacar las piezas, algunas para su propio coche y otras para venderlas.
Cogí mis trastos, eché las pastillas de la alergia y dos paquetes de kleenex al macuto y bajé al cajero, que no hay que salir de viaje sin efectivo. Cuando iba camino al punto donde me recogerían, me encontré con un antiguo compañero del colegio, que no influyó en el desarrollo del fin de semana pero lo que nos ocurrió ya hacía presagiar que los dos días que tenía por delante iban a ser, cuanto menos, peculiares. Pasó un cani típico de Fuenla corriendo como si le fuera la vida en ello y , unos metros por detras, otro chico, claramente con ganas de matar al cani que, supusimos, acababa de robarle. Miramos al parque que teníamos enfrente para ver cómo se desarrollaba la persecución y entonces vimos otras dos persecuciones más.
Sin poder quitarme la imagen del "Día internacional de las persecuciones" de la cabeza, continúe mi camino y esperé a que vinieran a recogerme. Si hay algo que he aprendido siendo yo durante tanto tiempo es que ningún hecho absurdo permanece aislado, siempre es el principio de una sucesión de acontecimientos. Esto quiere decir que, si ya empezaba así el fin de semana, después podía ocurrir cualquier cosa. Por suerte, el viaje transcurrió sin incidentes pero al llegar a la casa no había forma humana de dar la luz. Varios minutos, la batería de un móvil y un buen porcentaje de la carga de un Zippo después, conseguimos dar la luz. Como tengo ese pequeño problemilla de fobias, no se les ocurrió nada mejor que decirme "tú vete a la calle, que hay Luna llena", frase que a mí me sonó un poco como "sal al patio, a ver si aparece algún lobo". Seguro que no quisieron decirme eso pero es que yo a veces tengo una imaginación muy poderosa.
Antes de dormir vimos una peli muy mala pero muy entretenida, consecuencia de no haber sido capaces de conectar una videoconsola a una tele. Qué le vamos a hacer, sólo había eso o una peli de La 2 en la que salía un señor con boina durmiendo en un sillón orejero. Lo mejor de la peli fue la tanda de chistes malos del final, incluyendo "¿Qué es un granjero con una oveja debajo del brazo? Un playboy" (es posible que estuviéramos sugestionados por las historias que el comprador del coche siniestrado nos contó sobre los habitantes del pueblo). Luego nos fuimos a dormir, que al día siguiente había que currar.
Fuimos muy productivos, la verdad, y por la noche, como recompensa, nos fuimos a cenar al pueblo principal de la zona, cuyo número de habitantes, según Wikipedia, es "parámetro erróneo". Vamos, que hay más bien poquitos datos. Eso sí, el pueblo tiene Mercadona y puticlub. Tras el desastre de la comida en el bar del pueblo (ya no pienso que es imposible quedarse con hambre en un bar de pueblo), nos dimos un homenaje pero necesitábamos una cosa: vino. La carta del restaurante tenía más páginas de vinos que de comida, así que, ante tal avalancha de datos, decidí tirar de contactos y pedir consejo a Patri (que más tarde me confesaría que se asustó un poco al ver una llamada mía a esas horas pero es que ella es así de tierna).
No sé en qué orden fuimos sacando piezas, sólo que nos distribuimos por todo el coche y empezamos a aflojar tornillos y soltar grapas hasta que iban saliendo piezas. Tampoco creo que os interese mucho saberlo, sólo que el resultado final, después de día y medio de trabajo, fue algo así:
No está mal ¿verdad? Sobre todo si tenemos en cuenta que el coche entero había sido algo así. Dejamos el asiento del conductor y el diferencial, que el padre del dueño del coche decía que quería tener algo con que entretenerse esta semana, cuando fuera al pueblo a pasar unos días. También dejamos los discos de freno pero eso lo hicimos porque fuimos incapaces de sacarlos.
Mi jefa dice que debería poner mis recientemente descubiertas habilidades de desguazadora de coches en algún lugar de mi curriculum. Aún estoy dudando si ponerlo junto con la retahíla de programas informáticos y cursos del INEM o en la sección "otros datos", debajo del tipo de carnet de conducir.
Epílogo: la fiesta de la espuma
Cuando estábamos recogiendo para marcharnos, el dueño del coche y organizador del fin de semana desguazando puso el lavaplatos. Antes de irnos, fuimos a la cocina a comprobar que había terminado y que todo estaba en orden antes de cortar la luz y el agua y vimos una masa de espuma que emanaba del lavaplatos y se extendía por el suelo. En aquel momento, tuve una revelación:
Laura - Xxxxxx, ¿qué le has echado al lavaplatos?
Dueño del coche - Fairy
Dicho esto, miré a la encimera y, efectivamente, vi un botecillo transparente con Fairy Limón de fregar a mano. Lo único que pensé fue que por lo menos no se nos había ocurrido poner una lavadora.
viernes, 18 de febrero de 2011
Frase de la semana
Autor: mi jefa. Momento: ayer por la tarde. Contexto: mejor lo explico después, que si hago mal el post me puede quedar un poco bastante ofensivo. Frase:
El caso es que ayer por la tarde recibí un par de comunicaciones (concretamente un mail y un comentario en una red social) de una persona que no sé si es que vive en su propio mundo ajena completamente a lo que se haga, diga o escriba a su alrededor o directamente es tonta. La segunda teoría rebotó en mi mente con tanta fuerza que salió disparada por mi boca y exclamé "¡Esta tía es tonta!" de manera totalmente involuntaria, lo que originó la siguiente sucesión de palabras:
Laura - ¡Esta tía es tonta!
Jefa - ¿Es rubia?
Laura - Nu, es morena
Jefa - Eso es lo de menos. Ser rubia es un estado del alma
El caso es que mi jefa y yo llevamos tanto tiempo utilizando el adjetivo "rubia" con el más peyorativo de sus significados que ya no lo decimos para referirnos a las mujeres con el pelo claro. Según la lógica imperante en el pequeño espacio de la redacción que forman nuestras dos mesas (y en el que recientemente hemos colocado un radiador eléctrico, que no es importante para el desarrollo de la explicación pero da igual) una mujer puede tener el pelo claro, cual walkiria vikinga, y no ser rubia o tener una larga y voluminosa cabellera color azabache y aplicarle la calificación de rubia sin ninguna duda.
Dicho esto, voy a preparar los trastos para ir un ratillo al gimnasio.
"Ser rubia es un estado del alma"
El caso es que ayer por la tarde recibí un par de comunicaciones (concretamente un mail y un comentario en una red social) de una persona que no sé si es que vive en su propio mundo ajena completamente a lo que se haga, diga o escriba a su alrededor o directamente es tonta. La segunda teoría rebotó en mi mente con tanta fuerza que salió disparada por mi boca y exclamé "¡Esta tía es tonta!" de manera totalmente involuntaria, lo que originó la siguiente sucesión de palabras:
Laura - ¡Esta tía es tonta!
Jefa - ¿Es rubia?
Laura - Nu, es morena
Jefa - Eso es lo de menos. Ser rubia es un estado del alma
El caso es que mi jefa y yo llevamos tanto tiempo utilizando el adjetivo "rubia" con el más peyorativo de sus significados que ya no lo decimos para referirnos a las mujeres con el pelo claro. Según la lógica imperante en el pequeño espacio de la redacción que forman nuestras dos mesas (y en el que recientemente hemos colocado un radiador eléctrico, que no es importante para el desarrollo de la explicación pero da igual) una mujer puede tener el pelo claro, cual walkiria vikinga, y no ser rubia o tener una larga y voluminosa cabellera color azabache y aplicarle la calificación de rubia sin ninguna duda.
Dicho esto, voy a preparar los trastos para ir un ratillo al gimnasio.
martes, 15 de febrero de 2011
En forma
Después de años sufriendo problemas de espalda, he tomado una decisión drástica: apuntarme al gimnasio. He de decir que, por el momento, estoy cumpliendo, aunque no descarto que en el futuro haya algún día en que el calorcito del edredón nórdico me retenga y prefiera quedarme remoloneando en la cama a hacer dos series de algún estúpido ejercicio, como el pájaro.
Para apuntarse a un gimnasio hay que tener en cuenta distintas variables. Fundamentalmente, tiempo, presupuesto y fuerza de voluntad. Sobre todo fuerza de voluntad. Está muy bien saber lo quieres/debes hacer pero otra cosa es tener ganas para ir con asiduidad a escuchar la Máxima FM y los jadeos de los 'mazaos' cuando levantan tres veces tu peso.
El siguiente paso es elegir gimnasio. Por lo que he podido apreciar, los hay de dos tipos: el gimnasio 'cool' (también llamado gym) y el gimnasio de barrio. Los primeros tienen nombres superestupendos que transmiten la sensación de que, si vas, serás guay. Ejemplo claro: O2 Centro Wellness. Es un gimnasio monísimo y modernísimo por el que paso todos los días con el autobús que me lleva de Moncloa al trabajo y del trabajo a Moncloa (el resto del viaje desde Fuenlabrada ya es otra historia, por lo general mucho más larga). Este tipo de gimnasios también pueden incluir en su nombre cosas como "sport", "place" o "gym" pero por mucho que se esfuercen, no hay palabra tan descriptiva del espíritu de estos lugares como "wellness". Y si ya incluyen servicios como "coaching" y algo que lleve la palabra "balance" (léase "bálans"), ya es la rehostia.
Luego están los gimnasios de barrio, esos por los que llevas pasando toda la vida sin apenas fijarte. Extrañanamente, suelen tirar más por nombres orientales, como si pretendieran darte una sensación de paz interior desde el momento previo a cruzar la puerta. Bueno, la verdad es que la Máxima FM y la fauna que frecuenta ciertos barrios (sobre todo si tu barrio está en Fuenlabrada, zona indiscutible de dominación pokera), no incita precisamente a la paz interior, sino todo lo contario. Aunque no prometen "wellness", al menos son asequibles y seguro que hay alguno cerca, lo que para mí ya es suficiente. Con llevar el iPod cargado ya es suficiente para sobrevivir a la Máxima. Lo de la paz interior puede esperar a otro momento.
Una vez eliges gimnasio, tienes que ir a apuntarte. La gente que se dedica a cosas relacionadas con el aspecto físico tiene la cualidad de ser ofensiva sin proponérselo. Si las esteticistas tienen la cualidad de hacerte sentir como un ser peludo con la piel más cuarteada que el sofá de tu abuelo, los monitores de gimnasio saben cómo hacer que una persona se sienta gorda, flácida y débil, aunque lleves toda la vida haciendo deporte regularmente. Yo entiendo que viven de los complejos de los demás pero ¿de verdad es necesario? Por suerte siempre hay alguien que te levanta la moral: la chica regordeta con la que tantas veces te has cruzado por la calle o en el cole y que a los 10 minutos en la elíptica ya está con la lengua fuera. Todos necesitamos a alguien a quien admirar pero también a alguien a quien mirar por encima del hombro para sentirnos realizados. Y no lo digo yo, lo dice Christopher Moore.
A las horas que yo voy al gimnasio, quitando amas de casa aburridas, señoras, jubilados y un par de chicas desesperadas por quemar calorías, sólo está la mujer a la que a partir de ahora llamaremos Madonna (algo así pero sin las gafas de sol), su hija (que sólo se parece en que usan el mismo Pantone de pelo) y los mazaos que hay en cualquier gimnasio a cualquier hora cogiendo peso como mulas. Ahora parece ser que Madonna ha tomado el control y lidera a las chicas desesperadas por quemar calorías (posiblemente antes de una boda o después de un parto) y su hija y les da instrucciones sobre qué ejercicios hacer y cómo. Al ritmo que llevan, calculo que necesitarán unas tres vidas de ejercicio regular (mes arriba, mes abajo) para estar como Madonna (tanto la de los Grammy como la de mi gimnasio de barrio con nombre oriental), incluida la hija. Lo dicho: todos necesitamos a alguien a quien admirar.
De momento no sé si me estará sirviendo de algo o no, que sólo llevo desde el lunes pasado. Sospecho que el gimnasio no será fuente de muchos post, porque a las 9.30 de la mañana hay poco material literario que rascar.
Para apuntarse a un gimnasio hay que tener en cuenta distintas variables. Fundamentalmente, tiempo, presupuesto y fuerza de voluntad. Sobre todo fuerza de voluntad. Está muy bien saber lo quieres/debes hacer pero otra cosa es tener ganas para ir con asiduidad a escuchar la Máxima FM y los jadeos de los 'mazaos' cuando levantan tres veces tu peso.
El siguiente paso es elegir gimnasio. Por lo que he podido apreciar, los hay de dos tipos: el gimnasio 'cool' (también llamado gym) y el gimnasio de barrio. Los primeros tienen nombres superestupendos que transmiten la sensación de que, si vas, serás guay. Ejemplo claro: O2 Centro Wellness. Es un gimnasio monísimo y modernísimo por el que paso todos los días con el autobús que me lleva de Moncloa al trabajo y del trabajo a Moncloa (el resto del viaje desde Fuenlabrada ya es otra historia, por lo general mucho más larga). Este tipo de gimnasios también pueden incluir en su nombre cosas como "sport", "place" o "gym" pero por mucho que se esfuercen, no hay palabra tan descriptiva del espíritu de estos lugares como "wellness". Y si ya incluyen servicios como "coaching" y algo que lleve la palabra "balance" (léase "bálans"), ya es la rehostia.
Luego están los gimnasios de barrio, esos por los que llevas pasando toda la vida sin apenas fijarte. Extrañanamente, suelen tirar más por nombres orientales, como si pretendieran darte una sensación de paz interior desde el momento previo a cruzar la puerta. Bueno, la verdad es que la Máxima FM y la fauna que frecuenta ciertos barrios (sobre todo si tu barrio está en Fuenlabrada, zona indiscutible de dominación pokera), no incita precisamente a la paz interior, sino todo lo contario. Aunque no prometen "wellness", al menos son asequibles y seguro que hay alguno cerca, lo que para mí ya es suficiente. Con llevar el iPod cargado ya es suficiente para sobrevivir a la Máxima. Lo de la paz interior puede esperar a otro momento.
Una vez eliges gimnasio, tienes que ir a apuntarte. La gente que se dedica a cosas relacionadas con el aspecto físico tiene la cualidad de ser ofensiva sin proponérselo. Si las esteticistas tienen la cualidad de hacerte sentir como un ser peludo con la piel más cuarteada que el sofá de tu abuelo, los monitores de gimnasio saben cómo hacer que una persona se sienta gorda, flácida y débil, aunque lleves toda la vida haciendo deporte regularmente. Yo entiendo que viven de los complejos de los demás pero ¿de verdad es necesario? Por suerte siempre hay alguien que te levanta la moral: la chica regordeta con la que tantas veces te has cruzado por la calle o en el cole y que a los 10 minutos en la elíptica ya está con la lengua fuera. Todos necesitamos a alguien a quien admirar pero también a alguien a quien mirar por encima del hombro para sentirnos realizados. Y no lo digo yo, lo dice Christopher Moore.
A las horas que yo voy al gimnasio, quitando amas de casa aburridas, señoras, jubilados y un par de chicas desesperadas por quemar calorías, sólo está la mujer a la que a partir de ahora llamaremos Madonna (algo así pero sin las gafas de sol), su hija (que sólo se parece en que usan el mismo Pantone de pelo) y los mazaos que hay en cualquier gimnasio a cualquier hora cogiendo peso como mulas. Ahora parece ser que Madonna ha tomado el control y lidera a las chicas desesperadas por quemar calorías (posiblemente antes de una boda o después de un parto) y su hija y les da instrucciones sobre qué ejercicios hacer y cómo. Al ritmo que llevan, calculo que necesitarán unas tres vidas de ejercicio regular (mes arriba, mes abajo) para estar como Madonna (tanto la de los Grammy como la de mi gimnasio de barrio con nombre oriental), incluida la hija. Lo dicho: todos necesitamos a alguien a quien admirar.
De momento no sé si me estará sirviendo de algo o no, que sólo llevo desde el lunes pasado. Sospecho que el gimnasio no será fuente de muchos post, porque a las 9.30 de la mañana hay poco material literario que rascar.
martes, 8 de febrero de 2011
¿Para qué sirve la prensa local gratuita?
No sé qué uso le darán los lectores pero esta mañana ha servido para secar la fuga de la máquina del agua. ¿Qué nuevo desafío nos encontraremos mañana?
lunes, 7 de febrero de 2011
Cada día una aventura
Si hay algo bueno en el periodismo (aunque la verdad es que es una profesión en la que las cosas buenas se pueden contar con los dedos de una mano), es que no es monótono y es raro que un día se parezca al anterior. Todos los días hay marrones, gente loca que llama, noticias absurdas, movidas en los pueblos (que si pido una comisión de investigación, que si te denuncio por contratar a gente a dedo, que si vamos a sacarnos los ojos porque estamos de pre-pre-campaña...), jefes que toman decisiones a la ligera, etc.. Hoy, sin ir más lejos, nos hemos vuelto a quedar sin luz. O casi.
Nada más llegar el trabajo (a eso de las 12:40, porque ya he asumido que voy a salir a las mil entre a la hora que entre y he decidido no entrar nunca antes de las 12:30), se han apagado la mitad de las bombillas de la redacción, las baterías han empezado a pitar y el interruptor de abrir y cerrar la puerta no funcionaba. Nos hemos quedado sin corriente pero sólo en la mitad de las tomas e interruptores de la redacción. Casualmente, ha sido la mitad de la que dependen los ordenadores, la iluminación, el router, la impresora, la calefacción y los teléfonos, así que hemos ido probando de enchufe en enchufe para poder reconectar todo lo que se ha podido (menos los climatizadores y la iluminación, por razones evidentes). Al menos el microondas y la nevera no han caído. Al final hemos acabado con la redacción llena de cables, porque algunos enchufes estaban demasiado lejos y hemos tenido que tirar de alargadores. Afortunadamente, no ha habido que evitar ninguna baja, aunque antes de que se fuera la luz he estado a punto de agredir a dos personas por quitarme la silla buena con la que no me duele (tanto) la espalda y cambiármela por una silla cutre y con el asiento medio desatornillado.
Seis horas más tarde, cuando ya la luz natural no era precisamente abundante (y la artificial se reducía a dos mesas: la mía y la del comercial de publicidad), han aparecido los electricistas a los que llamamos cuando comenzó la avería. Lo primero que han hecho ha sido echarnos la bronca. ¡Tócate los cojones! Así, sin mirar que es lo que fallaba ni nada. El caso es que los ccuatro pringadillos que estábamos allí trabajando hemos tenido que cargar con una culpa que iría destinada a dos personas: el dueño del local y la persona que firmó el contrato de alquiler, por no preocuparse del estado de la instalación. Yo lo siento mucho pero en mi sueldo no se incluyen las tareas de mantenimiento. La diseñadora y yo hemos llegado a un silencioso consenso por Facebook, según el cual entre las dos podríamos juntar la fuerza suficiente para darle una merecida bofetada al electricista, al que se conoce que no le pareció suficiente tardar seis horas en atender una avería, además tenía que hacer que nos sintiéramos miserables.
Han cortado la corriente de toda la redacción (la que nos llegaba) para mirar qué pasaba y cuál era la posible solución. Yo he cogido la hoja que estaba corrigiendo, la he apoyado en una carpeta y me he ido a la cristalera de la calle a terminar la corrección, porque da la casualidad de que justao al lado hay una luz del pasillo del edificio y se veía estupendamente (y cuanto antes termine, antes me voy a casa). Entre la falta de luz y el lazo de unión creado por la bronca del electricista he decidido que era la hora de hacer una confesión:
Laura - Esto... creo que ahora es un buen momento para deciros que tengo nictofobia
Diseñadora - ¿El qué?
(empiezo a pensar que las confesiones están sobrevaloradas)
Al final nos han hecho un apaño pero me da que no será el último día que tengamos problemas energéticos, porque el problema es la caja de los fusibles. Mientras tanto, me planteo explorar fuentes alternativas para generar electricidad, como enganchar cables a las máquinas del gimnasio de enfrente. Por Facebook también me han propuesto usar los mocos como combustible. ¿Alguna idea más?
Nada más llegar el trabajo (a eso de las 12:40, porque ya he asumido que voy a salir a las mil entre a la hora que entre y he decidido no entrar nunca antes de las 12:30), se han apagado la mitad de las bombillas de la redacción, las baterías han empezado a pitar y el interruptor de abrir y cerrar la puerta no funcionaba. Nos hemos quedado sin corriente pero sólo en la mitad de las tomas e interruptores de la redacción. Casualmente, ha sido la mitad de la que dependen los ordenadores, la iluminación, el router, la impresora, la calefacción y los teléfonos, así que hemos ido probando de enchufe en enchufe para poder reconectar todo lo que se ha podido (menos los climatizadores y la iluminación, por razones evidentes). Al menos el microondas y la nevera no han caído. Al final hemos acabado con la redacción llena de cables, porque algunos enchufes estaban demasiado lejos y hemos tenido que tirar de alargadores. Afortunadamente, no ha habido que evitar ninguna baja, aunque antes de que se fuera la luz he estado a punto de agredir a dos personas por quitarme la silla buena con la que no me duele (tanto) la espalda y cambiármela por una silla cutre y con el asiento medio desatornillado.
Seis horas más tarde, cuando ya la luz natural no era precisamente abundante (y la artificial se reducía a dos mesas: la mía y la del comercial de publicidad), han aparecido los electricistas a los que llamamos cuando comenzó la avería. Lo primero que han hecho ha sido echarnos la bronca. ¡Tócate los cojones! Así, sin mirar que es lo que fallaba ni nada. El caso es que los ccuatro pringadillos que estábamos allí trabajando hemos tenido que cargar con una culpa que iría destinada a dos personas: el dueño del local y la persona que firmó el contrato de alquiler, por no preocuparse del estado de la instalación. Yo lo siento mucho pero en mi sueldo no se incluyen las tareas de mantenimiento. La diseñadora y yo hemos llegado a un silencioso consenso por Facebook, según el cual entre las dos podríamos juntar la fuerza suficiente para darle una merecida bofetada al electricista, al que se conoce que no le pareció suficiente tardar seis horas en atender una avería, además tenía que hacer que nos sintiéramos miserables.
Han cortado la corriente de toda la redacción (la que nos llegaba) para mirar qué pasaba y cuál era la posible solución. Yo he cogido la hoja que estaba corrigiendo, la he apoyado en una carpeta y me he ido a la cristalera de la calle a terminar la corrección, porque da la casualidad de que justao al lado hay una luz del pasillo del edificio y se veía estupendamente (y cuanto antes termine, antes me voy a casa). Entre la falta de luz y el lazo de unión creado por la bronca del electricista he decidido que era la hora de hacer una confesión:
Laura - Esto... creo que ahora es un buen momento para deciros que tengo nictofobia
Diseñadora - ¿El qué?
(empiezo a pensar que las confesiones están sobrevaloradas)
Al final nos han hecho un apaño pero me da que no será el último día que tengamos problemas energéticos, porque el problema es la caja de los fusibles. Mientras tanto, me planteo explorar fuentes alternativas para generar electricidad, como enganchar cables a las máquinas del gimnasio de enfrente. Por Facebook también me han propuesto usar los mocos como combustible. ¿Alguna idea más?
martes, 1 de febrero de 2011
El día que mi jefa se unió a Twitter
Mi jefa (la buena) nunca ha sido muy de redes sociales, a pesar de que le gustan los frikismos y la tecnología como al que más. Después de varios días leyendo trending toppics de Twitter (o tuiter) en el trabajo, decidió que le hacía gracia, que había mucho hijoputismo concentrado en 150 caracteres y que quería formar parte de ello.
Y allá que fue. Se registró en tuiter, puso un par de entradas frikis y me lo comunicó por gtalk. Ahora somos followers mutuas, con lo cual me temo que no volveré a publicar las actualizaciones de este blog en tuiter. ¿Por qué? Pues porque no me parece muy correcto que mi jefa, que además se sienta enfrente de mí todos los días (y que, por muy maja que sea, sigue siendo mi superior) lea como hecho pestes de nuestro jefe, por muy bien que hable de ella y del resto de compis y por muchas burradas que podamos soltar en el smoking room (que no es una sala precisamente donde vamos con ropa de etiqueta) cuando estamos hartas y o estresadas.
Pues eso, a partir de este mismísimo momento se hace efectiva la no publicación de mis actualizaciones blogueras por tuiter. Bueno, las del otro blog sí, que es bonito, temático y educativo, a la vez que da buena imagen de mí.
Y allá que fue. Se registró en tuiter, puso un par de entradas frikis y me lo comunicó por gtalk. Ahora somos followers mutuas, con lo cual me temo que no volveré a publicar las actualizaciones de este blog en tuiter. ¿Por qué? Pues porque no me parece muy correcto que mi jefa, que además se sienta enfrente de mí todos los días (y que, por muy maja que sea, sigue siendo mi superior) lea como hecho pestes de nuestro jefe, por muy bien que hable de ella y del resto de compis y por muchas burradas que podamos soltar en el smoking room (que no es una sala precisamente donde vamos con ropa de etiqueta) cuando estamos hartas y o estresadas.
Pues eso, a partir de este mismísimo momento se hace efectiva la no publicación de mis actualizaciones blogueras por tuiter. Bueno, las del otro blog sí, que es bonito, temático y educativo, a la vez que da buena imagen de mí.
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