La gasolinera más barata del pueblo está a 3,05$ el galón, que comparado con los 2,70-2,80 que veníamos pagando en otros estados es una pasada. Esos 3,05$ se convierten en 3,15$ por pagar con tarjeta de crédito. Hay una oferta que te deja la gasolina a 2,95$ si lavas el coche pero ni queremos lavarlo ni nos compensa el precio del lavado con lo que vamos a ahorrar.
Los pueblos de California que nos quedan hasta llegar al final (Santa Mónica) tienen poquito que ver. La mayoría de las cosas que vienen en la guía son carteles que se ven perfectamente sin bajar del coche, por lo que hoy pasaremos la mayor parte del tiempo en el coche.
Uno de los carteles que vienen en la guía es el de un restaurante que hace hamburguesas de búfalo. Mira, pues esto nos interesa y, ya de paso, paramos a comer. Ese cartel es más complicado de encontrar, porque nadie se ha acordado de podar las plantas de alrededor en décadas. Después de cuatro hamburguesas de búfalo (una para cada uno, no me seais bestias), seguimos hasta Los Ángeles, que ya es civilizado (aunque a su manera, que todos hemos visto alguna vez Ley y Orden) y no tiene nada que ver con lo que hemos visto hasta ahora.
Ya en Santa Mónica, intentamos averiguar cuál es el final de la Ruta 66. Las guías dicen que hay varios y los vamos poniendo en el yi-pi-es a ver si damos con alguno que esté señalizado como final de la Ruta 66. Sólo queremos una señal, una placa, una indicación o cualquier cosa que marque que ya hemos llegado. Cerca de la playa, vemos por casualidad una señal de la Ruta 66 clavada al lado de un puesto de información turística. Aparcamos cerca, nos hacemos fotos con ella e, inmediatamente después, sale la señora del chiringuito de información a quitarla y meterla dentro. Vale que Los Ángeles no es como los pueblos de Missouri pero tampoco nos la íbamos a llevar puesta.
Divisamos la playa a través de la espesa niebla y decidimos acercarnos al agua que ninguno de nosotros se ha remojado los pieses nunca en el Pacífico. Nos quitamos las zapatillas y los calcetines y tiramos con ellos en la mano hasta la orilla. El día es de todo menos playero pero a saber cuándo volveremos a ver el Pacífico. El agua del mar está helada, así que decidimos que lo mejor para bañarse es tirar de la piscina del hotel. Aunque esté al aire libre, el agua está estupenda pero al salir nos congelamos (el clima no acompañaba).
Después de ducharnos y establecernos, vamos a dar un paseo por Hollywood. Aviso a quien quiera ir: pasad de los actores actuales, es imposible hacerse una foto con sus huellas en el teatro Chino. Sobre todo si vas buscando a Johnny Depp, porque había un corro de unas 50 niñatas pegando voces alrededor del trozo de cemento con su nombre.
Para cenar, tenemos una idea maravillosa: entrar en algún barrio asiático (Koreatown, por ejemplo) en busca de sushi de verdad y barato. La idea era buena pero nos encontramos con dos problemas importantes: el idioma (los sitios que podrían servir a nuestro propósito tienen los letreros y las cartas en japonés y coreano) y el horario (aquí también cierran pronto).
Al final vamos a lo de siempre: Hooters. Aunque esta vez sí nos falló. Llegamos por los pelos (20 minutos antes de la hora de cierre) y nos fuimos molestos con la camarera. La señorita Sherry (que así se llamaba) pasaba de atendernos y fue a sentarse a una mesa donde estaban montando un escándalo tremendo y tenían monopolizadas a varias camareras. Espero que la propina que dejaran esos tipos fuera buena, porque nosotros pasamos de hacerlo.
Oficialmente hemos terminado la ruta pero aún quedan cuatro días de vacaciones. Antes de dormir, nos reunimos los cuatro en una de las habitaciones para buscar el alojamiento en San Francisco y mirar si podemos ir a Laguna Seca antes. El busca-balas se encarga de manejar el portátil. Detrás de él, íbamos leyendo la información que aparecía en pantalla mientras el bajaba el scroll. De pronto, el scroll deja de bajar. Habrá visto algo. Pero si en esa parte de la pantalla no hay nada. Esto... bien se ha quedado dormido, creo que podemos dar el día por terminado e irnos a la cama.
¿Quién quiere a Johnny Depp teniendo otros tres mil actores? Anda que...
ResponderEliminarPor cierto, qué idea más buena. Hoy, sushi para cenar.
Pues las cincuenta niñas que estaban pegando voces y que estaban superemocionadísimas porque su mano era igual de grande que la del señor Depp. Eso sí, nadie me molestó para hacer fotos de las huellas de Sean Connery, Jack Nicholson o el gran Clint Eastwood.
ResponderEliminarAy, Johnny... (suspiro profundo de adolescente)
ResponderEliminarYa se ha acabado??
ResponderEliminarNooooooooooooooooooooooooooooo!!!
Bueno, pues seguir contando cosas del viaje...