lunes, 31 de mayo de 2010

Día 11 (03-05-2010)

Estábamos los cuatro juntos desayunando el cutre-café del hotel (cosa más asquerosa), cuando nos interrumpió un aviso de megafonía. No sé vosotros pero yo he oído algo de "fire" (fuego). Llamamos a recepción para preguntar qué pasa y nos dicen algo que no tiene nada que ver. Pues vale.

Al poco rato, vuelve a sonar el mismo aviso. Ahora también he entendido "systems". Resulta que ha habido algún problema con los sistemas de emergencia para incendios. Cuando vamos por el pasillo, cargados con nuestras maletas y dispuestos a salir del hotel, encontramos que todas las puertas de emergencia están cerradas. Por suerte, no están bloqueadas y podemos pasar hacia los ascensores y bajar a hacer el check-out.

Lo siguiente es esperar para recoger nuestro Ford Explorer con mugre de ocho estados. Esperemos que no lo hayan lavado, porque ya nos hemos acostumbrado a la roña del coche y es casi tan importante como las botellas de agua (de las que ya van quedando muy poquitas) o el "yi-pi-es". Pues no, no lo han lavado. El último día habrá que hacerle una foto y comparar con el día que lo recogimos en Chicago, limpito y brillante.

Cargamos el coche, salimos de Las Vegas, salimos de Nevada, tiramos para California y paramos a comer en la primera oportunidad que tenemos. Es difícil de creer pero era la primera vez en diez días que comía pasta. Después de comer, toca seguir adelante con un calor de la hostia, tanto por el sol que pega como por la temperatura (unos 30ºC). Esta parte de California es monótona y aburrida, yo creo que sólo tenían un matojo y lo han repetido ad infinitum con el tampón de clonar para que no sea todo tierra. Por si el paisaje fuera poco aburrido, la carretera es una recta y ¿he mencionado ya que el paisaje es siempre igual? Tampoco pasamos por pueblos ni nos cruzamos con gente (bueno sí, nos cruzamos con una ciclista que nos saludó muy eufóricamente).

Por fin llegamos a Barstow, un pueblo grande con muchos moteles. Como ya es hora de parar, elegimos uno, no sin antes recorrer toda la vía principal y de preguntar en un hotel de cadena, donde nos piden 109$ más tasas por cada habitación doble. Elegimos un motel con piscina con idea de darnos un bañito pero resulta que no la abren hasta dentro de dos semanas. Mientras estos se deciden y rellenan las fichas de las habitaciones, me pongo a hablar con la recepcionista, que nos recomienda que vayamos a ver nosequé parque natural que está a hacer puñetas. Después de ocupar nuestras respectivas habitaciones, vamos a dar una vuelta por un centro comercial.

Tras la visita cultural a las tiendas, cenamos en el restaurante chino-americano de enfrente del motel. La china del restaurante dijo algo de la camiseta del busca-balas. Primero sonrío, por lo que creíamos que había pillado la gracia. Luego dijo algo que nos hizo pensar que sólo había leído la primera frase. Tras unas galletas de la fortuna algo raras, dimos el día por terminado y nos fuimos a dormir.

Foto del día: no sé si lo he dicho en el post pero el paisaje era siempre igual.

viernes, 28 de mayo de 2010

Día 10 (02-05-2010)

Por fin nos ponemos en camino hacia Las Vegas. Por el camino, hacemos una parada en una antigua central eléctrica, delante de la cual había aparcados cuatro coches clásicos del Club Corvette. Durante un breve lapso de tiempo me planteo seriamente apropiarme de un descapotable negro pero me conformo con hacerle un par de fotos artísticas. Como cobran entrada al museo, salimos de la central. El busca-balas y yo vamos a ver un antiguo Tren de Santa Fe (sí, hoy es todo antiguo) que está al otro lado de la calle. Bueno, no sé si llamarlo "tren", teniendo en cuenta que tiene menos de 100 vagones y sólo una locomotora. Los otros dos se quedan hablando con unos moteros.

Seguimos conduciendo rumbo a Las Vegas hasta que vemos el desvío al Skywalk. Nos metemos por el desvío y, cuando comprobamos que son 50 millas de ida más otras 50 de vuelta, volvemos a la carretera principal que nos llevará a Las Vegas. Allí encontramos señales que avisan un retraso y la carretera pasa de dos carriles por sentido a uno solo, quedando cortado completamente uno de los laterales (el de nuestro sentido, precisamente).

De pronto, nos paramos. ¿Habeis visto los atascazos que salen en las pelis y las series, que la gente hasta se baja del coche? Pues uno de esos. Hay un grupo de chavales que aprovecha la retención para pasarlo bien: bailan, se tiran en monopatín, hacen pases con un balón de fútbol americano, uno sale corriendo detrás de los papeles del coche que se han ido volando... Nosotros nos ponemos a hablar con los del coche de detrás, que da la casualidad de que también son madrileños. Mientras, vemos pasar helicópteros, camiones de bombreos y coches de policía. Conclusión: piñazo. Y gordo.

El busca-balas y el manso se acercan a ver qué ha pasado. No hay heridos (al menos graves) y ha sido un choque más o menos normal, lo que pasa es que esta gente es muy exagerada. Nos tienen allí dos horas, mientras siguen llegando helicópteros y más coches de apoyo.

Por fin nos dejan continuar hacia la Presa Hoover. Pero antes, hay un control, suponemos que por lo que había pasado en Nueva York el día anterior. El control se suma al desvío fallido al Skywalk y al atascazo de dos horas, así que a ver a qué hora llegamos a Las Vegas, que hace ya mucho que va siendo hora de comer.

Llegamos a Las Vefas, sin comer, pero llegamos. El hotel tiene buena pinta y, sobre todo, piscina. También tiene un ascensor con cambios de presión atmosférica y un mueble-bar automatizado. En cuanto lo veo, llamo a los otros dos para hacerles un resumen de todo lo que hay en la habitación (como un albornoz de mujer y otro de hombre, para que vayan decidiendo quién se queda cada uno) y para advertirles del mueble-bar. En cuanto le digo al del restroom que el mueble-bar tiene sensores en los huecos y te carga automáticamente todo lo que saques, oigo que le pega un berrido al otro.

R - (al otro) ¡Tú, ni se te ocurra tocar el mueble bar! (a mí) ¿Y qué pasa si hemos cogido una botella?
L - ¿La habéis vuelto a dejar o está fuera?
R - No, la hemos vuelto a dejar
L - Entonces no pasa nada
R- ¿Seguro?
L - Supongo

Lo siguiente que queremos hacer es darnos un bañito. El del restroom no tiene bañador (recordemos que perdió la maleta), así que la piscina tendrá que esperar un rato. Se baja con el manso en busca de uno y, cuando vuelven, la piscina ya ha cerrado. Problemas de llegar a Las Vegas tan tarde. Por lo menos ya tiene el bañador para cuando lleguemos a California.

Quedamos una hora más tarde para cenar (ya nos saltamos la comida qué más da). Decidimos repetir las 50 alitas de Hooters pero esta vez sin dejarnos engañar por la camarera en la elección de la salsa. Salimos del hotel y decidimos ir andando, porque hemos visto en Google que está cerca. El problema es que, al cabo de un rato, nos damos cuenta de que hemos ido en dirección contraria. Mejor paramos un taxi. Bueno, no hace falta, ya se para él solo al vernos a los cuatro en la acera.

El taxista es griego y tememos por nuestra vida, porque eso de que los griegos conducen mal no es un tópico, hasta ahora se está cumpliendo. También es un rato plasta el señor. Será cosa de la nacionalidad, como lo de conducir mal y hablar a voces. El intento de sacarnos más propina de la debida creo que también, porque todavía me acuerdo de lo rata que era mi jefe de Berlín.

Llegamos a Hooters, que tiene allí un hotel-casino montado. Nos sentamos en el primer restaurante que vemos. Esto... creo que nos hemos equivocado, esto no es el Hooters que buscamos. Le preguntamos a la camarera por las alitas de pollo y se da cuenta de que nos hemos confundido. Muy amablemente nos lleva "donde las chicas guapas", como ella dice, y por fin podemos pedir a gusto nuestra bandeja de cincuenta alitas y una jarra grande de cerveza a la única camarera que no era un orco. Bueno, no era la única, había otra muy mona pero estaba embarazada.

Ya cenados (que falta nos hacía) volvemos en busca de las máquinas tragaperras de 1 centavo y de la discoteca del hotel.casino de turno. Lo de las máquinas tragaperras es simple: el casino invita a beber a todos los jugadores, así que por dos dólares te puedes tomar unas cuantas copas. Por ir a lo fácil, nos metimos en el casino más cercano a nuestro hotel.

Pero primero hay que cambiar a billetes de 1$. Me ven cara de menor de edad y me piden el pasaporte pero lo tiene el busca-balas, que se ha quedado jugando con el manso. El del restroom cambia un billete de 20$ en billetes de 1$. El tipo que nos atiende es hindú (todos los días tenemos que encontrarnos con uno en nuestro camino) y bastante simpático. Cuenta los billetes en español y, cuando no está seguro de cómo se dice un número, nos mira buscando aprobación. Con el cambio en nuestro poder, volvemos donde están los otros dos. El busca-balas ya ha terminado, así que me lo llevo a cambiar pasta. Él cambia euros a dólares y yo cambio dólares a billetes más pequeños.

Como ese casino era un poco truño, tiramos al Bellagio (el de Ocean's Eleven). Allí ya hay máquinas de 1 centavo de verdad y con un dólar estamos un buen rato (y conseguimos que venga la camarera, que es lo que queríamos). Las copas del Bellagio están bien cargadas, yo no sé qué política seguirá el casino respecto a las cantidades de alcohol en las bebidas.

Los siguiente está muy difuso (en realidad no, es que prefiero no acordarme porque fue muy lamentable) y recupero la autoconsciencia cuando, a las 5 de la mañana, me despierta una italiana con la que trabajé pero paso de cogerlo. Sigo durmiendo y me despierto al día siguiente bastante tarde. Ahora tengo dolor de cabeza, un boli bic de Hooters y... ¿pero qué cojones es esto? Ah, claro, lo de anoche...


Muy bien cari. Tú publícalo en Facebook para que se entere todo el mundo de lo que puedes hacer en Las Vegas con unas cuantas copas de más, 40$, un desafortunado "no hay huevos" y que todo te parezca gracioso. Al menos al del restroom le fue bien en Las Vegas y ganó 5$ en las tragaperras de 1c.

Foto del día: mi coche. Mira qué limpito lo tengo.

Día 10 (02-05-2010)

La autora se ha dormido, habrá que esperar a que se levante y escriba el post para poder leerlo. Disculpen las molestias.

jueves, 27 de mayo de 2010

Día 9 (01-05-2010)

Seguimos conduciendo por Arizona y nos desviamos de la Ruta 66 para visitar el parque del Gran Cañón. La visita nos lleva la mayor parte del día así que lo siento pero el post de hoy vno va a ser tan largo.

Por la mañana (antes de ir al Gran Cañón) visitamos un par de pueblos abandonados y buscamos (sin éxito) un cementerio de locomotoras. Espero que Hertz no esté siguiendo el coche por GPS, porque el camino que cogimos no venía marcado y había un momento en que, mirando la pantallita del navegador, parecía que habíamos subido el coche a la vía del tren.

El Gran Cañón bien, bonito y muy grande. Sólo visitamos la parte sur y no entera, porque eso es inmenso. De todas formas, nos vino bien tomar el aire y andar algo, que no todo va a ser estar encerrados en el coche haciendo kilómetros y kilómetros. Del parque sólo puedo comentar dos cosas: el Sky Walk (la famosa terraza de cristal del Cañón) no está en el parque, sino en una zona privada, y hay unos cartelitos muy majos de "no hacer daño a las serpientes". ¿Y si me quieren hacer daño ellas a mí qué pasa?

Hicimos la parada de fin de etapa antes de lo habitual, buscamos motel y, como era demasiado pronto para cenar, fuimos a picar algo para hacer tiempo. Parece que a la camarera no le hizo mucha gracia y nos atendió mal, nos puso una docena de once alitas y pasó bastante de nosotros cuando quisimos pedirle la cuenta. Pues te jodes, que no volvemos a la hora de la cena ni te vamos a dejar propina. En ese mismo bar, nos encontramos con el club Harley Davidson de Turingia (Alemania), a los que trataron como a reyes y además tenían pinta de ser habituales.

Volvemos al motel con la intención de lavar algo de ropa, que después de nueve días los calcetines limpios empiezan a escasear. El busca-balas se iba a sumar a la iniciativa pero cuando le explico cómo se lava a mano decide que no anda tan mal de ropa limpia. A mí no me queda más remedio ni más calcetines, así que lavo para tirar unos 4-5 días y nos vamos a cenar.

De nuevo volvemos a tener problemas con los horarios de cierre estadounidenses pero encontramos una pizzería que nos hace el favor de abrirl más rato para hacernos la cena. Eso sí, para llevar, tampoco vamos a ponernos tocapelotas. La señora que estaba allí (suponemos que es la esposa del hombre que nos ha atendido) nos pregunta si lo estamos pasando bien y si estamos haciendo noche allí para ir al Gran Cañón o a Las Vegas. Es maja y parece que le hemos caído bien.

Mientras esperamos a que salga nuestra cena, vemos en Fox News un artefacto sospechoso en Times Square (Nueva York). Han montado un pifostio del quince, porque en las imágenes que ve que cortaron la calle de día y en Nueva York en ese momento es más de media noche. Pero qué exagerados son estos yankis.

Por fin sale nuestra cena. Les dejamos una propina generosa, acorde con el favor de cerrar un poco más tarde para que podamos cenar, y volvemos al motel. Allí cenamos los cuatro juntos y elegimos el hotel de Las Vegas, donde llegaremos mañana.

Foto del día: vista del Gran Cañón.

miércoles, 26 de mayo de 2010

Día 8 (30-04-2010)

Unas doce millas después de haber salido del motel (y todo de frente), salimos de Albuquerque. Hoy empiezo conduciendo yo, a ver qué me encuentro. De nuevo vuelve a haber rotondas, caminos de tierra y grava, otra curva de la muerte y una curva donde casi nos matamos porque entraban en conflicto lo que me han dicho que no hay que hacer en una curva y las lagunas que tengo con el manejo de coches automáticos, que son muchas. También tuve un ratillo de granizo y nieve en el desierto pero poca cosa comparado con la nevada que le cayó al manso cuando me relevó al volante.

El busca-balas va con diarrea, no sabemos si por las alitas hot de anoche o más bien ha sido una acumulación de excesos gastronómicos a lo largo de la última semana. Antes de salir del motel, se ha empastillado con Fortasec y ha cogido un rollo de papel higiénico, en previsión de tener que dejar rastro en el desierto. Por suerte, no hubo que hacer parada de emergencia.

También nos encontramos una serpiente en medio de la carretera. No estaba viva, estaba atropellada (y no fui yo, en serio) pero me hicieron dar la vuelta igualmente porque le querían hacer fotos. El busca-balas sugiere que nos hagamos las fotos con ella en la mano como si la hubiéramos atrapado. Estás tú que voy a coger una serpiente atropellada y voy a posar con ella. Los otros dos tampoco estaban por la labor, así que ignoramos la sugerencia y seguimos.

En la primera parada, le cedo los mandos del coche al manso, como ya he dicho. No es que me aburriera (con caminos de tierra, curvas de la muerte, clima constantemente cambiante y amenaza de vertido masivo de residuos orgánicos nadie puede aburrirse), es que las almohadas del motel eran horribles y enseguida se me cargó la espalda.

Como nuevo México tiene poco que ver, queda visto a la hora de comer. Paramos en Gallup, precisamente en el último pueblo de Nuevo México, después de una divertidísima tormenta de nieve (con ventisca y todo) en el desierto. La temperatura cayó hasta 28ºF (-2º C). El lugar elegido fue un buffet oriental donde, por primera vez en varios días, comimos fruta (el intento previo fueron unas manzanas raras que cogimos el día 4, justo después de mi incidente con la cafetera.

Después de comer, seguimos con los 28ºF pero ya no nevaba, hacía sol y la nieve acumulada en el coche se había derretido. Menos mal que le hicimos la foto antes de comer y no esperamos a después.

Salimos de Nuevo México sin parar en más pueblos, aunque tampoco había nada que ver, y entramos en Arizona, que tiene otro cambio de hora. En la primera parada que hicimos allí, le compré un Zippo a mi padre como regalo de cumpleaños y el busca-balas se compró otro porque le dio envidia. Tras las compras, continuamos hasta el parque nacional del bosque de madera petrificada, que es enorme y un piñazo. La madera petrificada está al final pero por el camino han puesto un montón de cosas absurdas (porque como Estados Unidos es un país joven que tiene poca historia, cualquier cosa les llama la atención). Dos horas después (saltándonos paradas), llegamos a la madera petrificada.

La fauna del parque era muy variada: jubilados, ciervos y cuervos. Uno de los cuervos nos cogió cariño, aversión o vete tú a saber qué y se dedicó a acosarnos durante un buen rato. Creo que esto fue lo más entretenido de toda la visita.

Después paramos en el motel que tiene las habitaciones con forma de tienda india (creo que los conos de Cars se inspiraron en este motel) y preguntamos el precio a la señora borde que estaba en la recepción. Nos parece una clavada y además la señora nos ha caído, así que continuamos el viaje y nos pasamos del pueblo donde pensábamos parar. En Nuevo México esto es una putada, porque los pueblos están muy alejados y, o retrocedes diez millas, o continúas veinte. Decidimos retroceder y resultó que el pueblo tenía miles de moteles. Escogimos uno cualquiera y nos salió cada habitación por 32$ (mucho más barato que donde la señora rancia). La única pega era que el wi-fi no funcionaba con la clave que nos dieron pero eso se arregla rapiñando conexión del motel de al lado.

Como de costumbre, preguntamos al hindú de recepción dónde podemos cenar, pedimos las toallas que faltan en una de las habitaciones y damos el día por terminado.

Foto del día: documento gráfico que prueba que la nevada en el desierto fue real.

martes, 25 de mayo de 2010

Día 7 (29-04-2010)

Liquidamos Tejas en una mañana. No es difícil, porque la Ruta 66 sólo pasa por seis pueblos de este estado. Pasamos por el Cadillac Ranch y, previamente, por su parodia con VW Beetle. Los VW son mucho más "salaos" que los Cadillac, dónde va a parar. Eso sí, con los Cadillac nos pudimos entretener poquito tiempo, porque seguía haciendo mucho viento y era muy molesto.

También por la mañana, hicimos una parada en un lugar maravilloso llamado Big Texas Ranch y conocido por sus chuletones de 72 onzas (2kg). La gracia del chuletón es que si te comes un cóctel de gambas, los 2kg de carne con su correspondiente acompañamiento de patatas asadas y una ensalada en menos de una hora, no tienes que pagar nada. El record anda por los 8 minutos y 24 segundos, os animo a intentarlo cuando paséis por el acogedor pueblo de Amarillo, en Tejas.

Paramos a comer en el Midpoint (lo que viene siendo la mitad de la ruta). Teníamos dos opciones: un restaurante que tenía pinta de llevar allí un montón de años y donde había un montón de pick-ups aparcadas y el café del Midpoint, que tenía una decoración muy chula de los años 50-60. Paramos en el café del Midpoint y nos arrepentimos de no haber ido al otro, porque fue una clavada y las cantidades no eran americanas.

Tras la pausa, entramos en Nuevo México, estado aburrido y cansino donde los haya. Bueno sí: mucho viento, calor y una bajada brutal de temperaturas por la tarde (de 29ºC a 5ºC). También nos encontramos con un cambio de hora (-1 respecto a Chicago y Tejas).

Hicimos noche en Albuquerque, donde aprendimos muchas cosas útiles sobre la ley de venta de bebidas alcohólicas en Estados Unidos. Básicamente, que tienes que ir con el carnet de identidad por delante y que, según te den la botella cerrada, debes mantenerla así y meterla en el maletero hasta llegar a tu casa. Bueno, si vas con un menor de edad en el coche, ni eso, porque como te paren ya la hemos liado.

Todo esto lo aprendimos después de ir al supermercado a reponer nuestras reservas de zumos y galletas. Durante la compra, a alguien se le ocurrió que podríamos comprar Jack Daniels para hacer un brindis y el cajero, que hablaba español (pero español neutro, como el de Los Picapiedra), nos dijo que al lado había una tienda de licores, donde él también trabajaba. Salimos, echamos un vistazo en busca de la licorería y, como no la vimos, nos subimos en el coche por si estaba lejos. Nada más salir del parking nos dimos cuenta de que, efectivamente, estaba al lado del supermercado. Dimos la vuelta, volvimos al parking y olvidamos este momento tan absurdo.

A la hora de la cena, los chicos se empeñaron en ir a Hooters. A mí me daba un poco de miedito porque, por lo poco que sabía de ese sitio, era muy posible que estuviera lleno de garrulos hartos de cerveza. Luego ya vi que la inmensa mayoría de las camareras eran orcos, que la poca gente que había estaba muy tranquilita y que podías ponerte ciego de alitas por un precio más que razonable.

Pedimos la bandeja de 50 alitas y, a la hora de elegir la salsa, la camarera nos la lió de mala manera. Entre las tres salsas clásicas, no sabíamos si elegir la flojita o la de sabor picante de intensidad media. La camarera nos dijo que eran muy flojas, que podíamso pedir la "hot" sin ningún problema, que no era picante. Bueno el concepto "no picante" puede ser muy relativo, dependiendo de que nacionalidad seas porque el nivel de picante que hace llorar a un español es suficiente para que un mejicano vaya a quejarse al camarero diciéndole "¿pero qué mierda es esto?". Pues bien, la camarera debía de ser mejicana.

Volvimos al Motel y brindamos con chupitos de Jack Daniels antes de irnos a dormir. Estos se dejaron engañar por el Jack Daniels rebajado de los tarados, porque decían que el que ellos probaron estaba más suave. Yo creo que lo mezclaron con zumo de manzana, que es del mismo color, para que la botella de las visitas les durara más.

Ahora es cuando todos estais indignados porque Gamab puso en su Facebook que hoy tocaba la historia del buscabalas y no la he puesto en el post. Tranquilidad, que la estaba dejando para el final.

Resulta que en Nuevo México hay una gran cantidad de pueblos abandonados. Paramos en uno de ellos para hacer algunas fotillos y vimos una casa que, entre otras cosas, tenía agujeros de bala en las ventanas. Como una de las ilusiones de Gamab siempre ha sido tener una bala, aplicó la lógica deductiva y llegó a la conclusión de que, si hay agujeros de bala, hay balas y se bajó corriendo del coche para recoger una. Antes de que se bajara, le di la cámara, por si en el interior había algo interesante que fotografiar (aunque lo dudo mucho). Cogió la cámara, salió corriendo dando saltitos de alegría en busca de balas y, de pronto apareció de vuelta y se subió de un salto al coche con cara de susto.

Por lo que nos contó, vio una serpiente que se movía y la cola de un animal no identificado y escuchó un ruido que no era de serpiente pero tampoco de un animal reconocible. Lo peor de todo es que el muy rancio no hizo fotos del interior así que nunca sabremos qué encontró allí dentro. Y así concluye la leyenda del busca-balas, que será como llamaremos a Gamab en los post de la Ruta 66 a partir de ahora.

Foto del día: "Sí, todo es más grande en Tejas".

lunes, 24 de mayo de 2010

Día 6 (28-04-2010)

Mientras cargo maletas en el coche, me pegan un berrido desde una pick-up con la parte trasera llena de lugareños y de herramientas de campo. Gracias majetes.

Ya en camino, seguimos cogiendo tramos históricos cada vez que podemos, hoy con un viento considerable. Gary Turner nos dijo algo que no entendimos muy bien sobre un tornado y empezamos a sospechar que quizá fuera una advertencia y que pueda estar cerca de nosotros, sobre todo porque cada vez el viento es más potente. Ver a un halcón girar sobre sí mismo en pleno vuelo no tiene precio pero tampoco es que inspire demasiada confianza.

Paramos a comer y preguntamos a la camarera si es normal que haya tanto viento por aquí. Nos dice que sí, que suele hacer mucho viento, pero admite que hoy es un día especialmente malo. Y nada de tornados, que es lo que más nos importa en este momento.

Después de unas hamburguesas de verdad y de intentar ver un partido de la Champion (sin éxito), volvemos a la carretera. Pusimos la radio para asegurarnos de que de verdad no había ningún tornado y nos quedamos más tranquilos. Seguimos hasta un museo (otro más) de la Ruta 66. Hacemos algunas fotos por fuera, entramos y nos encontramos con una recepcionista muy borde. Nos dice que quedan 20 minutos para cerrar. Pues vale, hacemos la visita en 20 minutos, tampoco pensábamos pasar la tarde. Cuando intentamos pasar más allá de la tienda de regalos nos dice que no podemos continuar porque van a cerrar en 20 minutos. Este lugar no puede ser tan grande, señora. En vista del éxito, nos largamos.

Tras el fiasco del museo, llegamos a un lugar que no sé muy bien cómo calificar, que antaño fue un mercado de carne. Allí encontramos a dos tarados llamados Harley y Annabel y que se hacen llamar The Mediocre Musicians y a los que nosotros llamamos simplemente "los tarados".

Cuando llegamos allí, había un matrimonio de mediana edad con cara de circunstancias. Me pareció incluso que se alegraban de vernos aparecer. Tampoco coincidimos con ellos mucho tiempo porque, de pronto, desaparecieron. Yo creo que aprovecharon nuestra llegada para hacer la "tres catorce" y largarse. Eso nos tendría que haber servido de advertencia.

El manso y yo teníamos miedo. Me miró con cara de sufrimiento y se fue discretamente a la parte trasera del grupo. A los pocos segundos, yo también me aparté un poco. Los tarados se hicieron los simpáticos, nos sacaron latas de cerveza y nos invitaron a sentarnos. Yo no sé las latas de los chicos como estarían pero la que me tocó tenía por encima algo que iba más allá del polvo común y se aproximaba más al aspecto de las cenizas del volcán Eyjafjallajokull (o a cómo me imagino yo que son las cenizas del volcán Eyjafjallajokull). Luego me dio igual, porque el señor tarado tiró mi lata y, en señal de disculpa, me la cambió por la suya.

Gamab - Ni se te ocurra beber de ahí.
Laura - Tranquilo, tampoco pensaba hacerlo.

Poco a poco, según Harley (claramente perjudicado por los efectos del alcohol y las drogas) intentaba ser gracioso con la única mujer del grupo (yo), me iban entrando cada vez más ganas de largarme de allí. Gamab intentaba dar largas con diplomacia y el del restroom no se enteraba de nada, incluso se vino arriba en un par de ocasiones (quedará grabado para siempre en mi memoria un sentido "electricity is my friend"). Yo creo que tuvo algo que ver con la invitación a chupitos del contenido de una botella de Jack Daniels (no creo que les dieran Jack Daniels a las visitas). No sé, yo hacía como que me entretenía viendo su colección de fotos con los grupos que hacen la ruta 66, cuando en realidad estaba buscando gente fea y poco fotogénica.

Cuando ya queríamos irnos, nos preguntaron si teníamos cámara de vídeo.

Laura - "Uy, pues me la he dejado en el coche" (¡qué pena!)
Tarado - Pues ve a por ella, te esperamos (¡mierda!)

Voy al coche, traigo la cámara y los tarados cierran la puerta con llave por dentro. ¿Es cosa mía o esto es cada vez más siniestro? Miro al manso y le digo telepáticamente "vamos a morir". No sé si le habrá llegado el mensaje mental, porque está entretenido con la cámara de fotos. En vez de matarnos, nos hacen su espectáculo folklórico musical cantando una canción sobre la Ruta 66 y por fin vemos la escapatoria: alguien ha mirado la hora. Uuuuuy, qué tarde es, si nos tenemos que marchar.

Pero no, la cosa no termina. Nos hacemos fotos con ellos en la calle, con la fachada del antiguo mercado de carne de fondo. Después Annabel se pone a repartir abrazos (ya sabéis todos que no me gusta que me toquen sin permiso) y se empeña en que la acompañemos a ver nosequé trastos que tienen en un patio por allí al lado. No sé, todo esto es raro, sobre todo cuando la tarada empieza a mirar hacia nuestro coche e insiste en enseñarnos cosas y en llevarnos a la parte trasera.

Gamab - ¿Has cerrado el coche cuando has cogido la cámara?
Laura - Hostia, no me acuerdo.

Gamab empieza a pulsar compulsivamente el botón de cerrar del mando del coche y se va con el manso a vigilar más de cerca nuestro Ford Explorer lleno de cosas. El del restroom sigue con su subidón (provocado por el Jack Daniels rebajado) y se hace unas cuantas fotos más con la tarada. Bueno, me quedaré con él haciendo fotos mientras digo insistentemente que nos tenemos que ir, a ver si cuela. Y finalmente cuela, pero tarda y la tarada sigue insistiendo en abrazarme.

Nos largamos de allí, salimos de Oklahoma y nos adentramos en Texas. Hacemos noche en el Cactus Inn de McLean, el único motel de la ruta que no tenía hindú (estos eran tejanos). En la habitación hay señales inequívocas de en qué estado nos encontramos, como cuadros con temática vaquera y una lámpara con un señor montando un toro de rodeo en todos los laterales de la tulipa (y que se enciende por contacto con las partes metálicas, cosa con la que nos entretuvimos varios minutos).

Vamos a cenar a un Steak House cercano al motel y constatamos que los tejanos tienen dos características fundamentales: hablan con un acento complicadillo de entender y andan como si acabaran de bajarse del caballo. Esto es así para todos, desde la camarera de 15 años hasta una señora muy mayor que iba agarrada del brazo de su hija.

La cena estaba muy buena, es una lástima que yo ese día no me encontrara bien del estómago y no pudiera terminarme el enorme sándwich de pollo que me pusieron. Eso sí, no pude negarme a probar el filete (de carne picada) ni el mini postre que pidió Gamab.

Foto del día: cartelón del museo de la señora borde.

sábado, 22 de mayo de 2010

Historias del metro

Aprovechando que los fines de semana la Ruta 66 descansa, voy a hacer un post de cosas raras de esas que tienen tirón porque son desgracias ajenas (para vosotros).

Os pongo en situación: era lunes y volvía de ver una peli antes de que la estrenen y por la cara (ventajas de intentar sacar adelante una web de cine y televisión). Como suelo hacer basante a menudo, entré en la misma estación de metro en la que me hostié hablando con Gamab.

Laura - Espera, que me acaba de pasar algo muy freak.
Gamab - ¿Qué?

Resulta que entré en la estación justo delante de una madre de esas que creen que pueden controlar a los niños pequeños a distancia. Sin soltar el teléfono, saqué mi metrobus del bolso (¡¡9 eurazos!! ¿estamos locos o qué?), me puse en un torno libre y operativo (esa estación tiene la fea costumbre de dejar siempre una entrada fuera de servicio), metí el metrobus por la ranura y, de pronto el niño apareció delante de mí. ¿Cómo lo ha hecho? ¿Cómo ha conseguido interponerse entre el torno y yo? ¿Dónde está una madre como las de antes cuando pasan estas cosas?

Hubo un momento de tensión cuando vi al niño delante de la barrera y Metro de Madrid ya había devorado uno de los 10 viajes de mi metrobus. Madre mía, que se me va a colar por todo el morro y la voy a tener con la madre. No sé si para bien o para mal, el niño pasó por debajo de la barrera y echó a correr en dirección a las escaleras mecánicas. Yo entré legalmente (que para algo me he dejado sangrar con el metrobus) e inmediatamente me giré hacia la madre con cara de WTF y mirada de "¿por qué no sujetas a tu criatura?". Justo en ese momento, la madre miró hacia algún punto indeterminado del techo (bien, escurriendo el bulto) con cara de "¿Niño? ¿Qué niño? Yo no he visto ningún niño".

En cuanto dejé de mirar a la señora, recuperó su estatus de madre del niño que se cuela en el metro y echó a correr detrás de él. Justo cuando la madre me adelantaba por la escalera mecánica, interrumpí la conversación con Gamab para cambiar de tema.

Laura - Espera, que me acaba de pasar algo muy freak.
Gamab - ¿Qué?

viernes, 21 de mayo de 2010

Día 5 (27-04-2010)

Hoy por la mañana conduzco yo. Ya iba siendo hora ¿no? Que el coche lo pagamos entre todos. Pasé de Misouri a Kansas, creo que me encontré todas las rotondas de Kansas (dos pero es que aquí son más de poner cruces y semáforos). Terminé Kansas, cosa que no tiene mucho mérito porque la Ruta 66 sólo pasa por tres pueblos, y entramos en Oklahoma. También tuve el honor de encontrarme los primeros tramos de ruta off road (lo que en mi pueblo se llama "camino de cabras"), que primeor eran de arcilla y luego ya pasamos a la gravilla.

Llegados a este tipo de superficie, el coche empezó a culear, por lo que fue Gamab (ya cambiará de nombre en su debido momento) quien tomó el control de la situación (pero no lo hice tan mal). Luego volví a conducir hasta la hora de comer, que lo dejé porque conducir tantas horas seguidas cansa mucho y yo no estoy acostumbrada a hacer trayectos más largos que Fuenlabrada-Fuencarral.

Durante la mañana hicimos una parada en la típica tiendecilla de madera llena de muchas y variadas cosas regentada por un señor mayor. Estuve un rato largo buscando los cebos de pesca, las semillas y demás artículos que uno espera encontrar en un lugar así pero no los vi. Eso sí, el señor tenía un combi tele-deuvedé donde estaba viendo Cars, muy propio para la Ruta 66. Nos preguntó de dónde éramos y nos dijo que estuvo varios años en Europa porque fue veterano de la Segunda Guerra Mundial. También nos advirtió de la inminente llegada de un grupo de jubilados británicos que estaban haciendo la Ruta 66 en autobús (sí, en autobús). Esos no creo que se metieran por caminos de tierra y grava. Salimos de allí justo cuando los británicos invadían la tienda.

Por la tarde encontramos tramos históricos de la ruta, muchos sin pavimentar, pero la mayoría están cortados y hay que dar la vuelta para volver a la carretera. Con estas "excursiones" perdemos mucho tiempo y eso no es bueno, porqueno vamos precisamente sobrados de tiempo según nuestros cálculos.

Pasamos por una ballena azul (ya subiré la foto) donde encontramos un grupo de gente pescando. Aunque está en medio del campo, tiene una caseta con dos restroom, así que el hombre del restroom aprovecha para hacaer una visita, c omo cada vez ue hacemos una parada. Le propongo hacer fotos de todos los restroom de la Ruta 66 y luego editar un libro de arate pero no le gusta la idea. A mí me parece buena, sobre todo después de que un tipo hiciera algo parecido con 26 gasolineras.

Los de la pesca también tienen ganas de hablar. Uno de ellos nos pregunta si somos rumanos, supongo que porque hablamos algo que viene del latín que no suena a francés ni a italiano. Tienen un cubo con peces pequeños que usan de cebo para conseguir peces medianos. Nos explican que los peces medianos los utilizarán como cebo para peces grandes. Ahora comprendo el sentido literal de aquello de que "el pez grande se come al pequeño".

Continuamos hasta el museo de Will Rogers, un hombre que tuvo tiempo de hacer muchas cosas en la vida hasta que se piñó con un avión y después fuimos al museo de las armas. Jamás pensé que diría la frase "mira cari, cositas nazis" en un museo de armas de Oklahoma pero uno nunca sabe de lo que es capaz. Lo sorprendente de este museo (aparte del tanque aparcado a la entrada) es que es una colección privada. El dueño del arsenal había intentado hacerse con todos los modelos de todas las armas que había podido, sobre todo rifles. Armas cortas había muchas menos, sobre todo armas modernas, pero ahí estaba ella... el águila del desierto (como cada año, os recuerdo que mi cumpleaños es el 8 de octubre; Irene ya me regaló la suscripción a la Asociación Nacional del Rifle).

La siguiente parada fue Tulsa, capital garrula de América. Por si alguien tiene curiosidad en saber qué pinta tiene Tulsa, os diré que son cuatro rascacielos en medio de la nada. Después de un lío con los parkímetros, descubrimos que no teníamos que pagar y nos pusimos a buscar el "centro del universo", un punto sobre un puente donde se produce una especie de reververación. Es curioso, porque está a cielo abierto, no hay paredes cerca que produzcan el efecto y funcionaba con todo el mundo menos conmigo.

Seguimos la ruta e hicimos noche en Stroud, un pueblo donde debimos de ser los primeros que iban de un sitio a otro a pie y cruzaban calles. Prueba de ello es que la gente nos miraba y que no había pasos de cebra en ningún punto de la calle principal. Volvimos a tener el problema del horario de cierre de los restaurantes y terminamos en una pizzeria donde encontramos a tres familias (cada una con padre, madre y niños pequeños) vestidos como si fueran equipos de algún deporte, cada uno con su número (el mismo para todos los miembros de una familia) y un dorsal que decía si eran padre, madre o hijo. Creo que lo último era bastante obvio pero allá ellos.

El motel de hoy no tiene wi-fi, así que intentamos rapiñar algo en la pizzería con el iPhone del manso para enviar mails a nuestras familias. La verdad es que el motel era muy cutre y en la otra habitación no tenían toallas. Fuimos a quejarnos al hindú de turno, que hablaba aún peor inglés que nosotros, y les llevó una toalla a los que no tenían ninguna y nos trajo dos toallas (más) a la otra habitación. Lo único que me pude llevar de allí fue una caja de cerillas, que no compensa la diferencia entre lo que pagamos y la cutrez del lugar.

Foto del día: recordad, 8 de octubre.



Foto del día (ahora en serio): la ballena.

jueves, 20 de mayo de 2010

Día 4 (26-04-2010)

El día amanece lluvioso, nublado y fresquito. Ahora nos quejamos pero ya lo echaremos de menos cuando estemos atravesando el ardiente desierto, como el Príncipe Encantador de Shrek. Ayer cruzamos a Missouri, que es algo más garrulo que Illinois, así que no quiero pensar cómo será cuando estemos por Tejas.

Yo empiezo la mañana bien: cargándome una cafetera. Intenté conseguir algo de leche caliente pero, en lugar de eso, hice el más absoluto ridículo con una cafetera/máquina dispensadora de agua a temperatura de fusión del acero (la adecuada para hacerse un té) que, aún estando apagada, seguía echando café y no tenía botón de parar. Cuatro vasos de agua sucia después y tras pedir auxilio a mis compañeros de mesa y que sólo uno acudiera en mi ayuda (el manso, que para algo es manso), descubrí un microondas y pude terminar de desayunar.

Nos ponemos en marcha y hacemos unas cuantas paradas típicas: gasolineras, restaurantes, museos... Comemos prontito y, a las 3 de la tarde, nos plantamos en la gasolinera Gay Parita, donde encontramos a Gary Turner. El señor Turner, empleado de gasolinera jubilado, tiene unas ganas impresionantes de pegar la hebra con el primero que se atreva a parar. También tiene un Ford B (que funciona, como bien nos demuestra Gary arrancándolo y moviéndolo unos metros) y merchandising de la Ruta 66 en venta.

Gary Turner nos invita a unos refrescos, nos regala cuatro botellas de cerveza de raíz y nos invita (muy insistentemente) a subirnos en el Ford B y hacernos fotos. A cambio, le compramos unas camisetas, placas, matrículas antiguas y lo mejor que pudimos agenciarnos para el viaje: un libro de la Ruta 66 con detalles de todo lo que nos vamos a encontrar, bien ordenadito por estados y por pueblos. Entre el libro y Clint Eastwood, ya tenemos guía suficiente para completar el viaje con éxito.

Pagamos nuestras compras con la intención de marcharnos, que llevamos allí más de dos horas. Gary me regala una chapa y me hace descuento en la camiseta porque le he caído en gracia y nos explica cómo llegar a un lugar llamado Red Oak, un extraño pueblo construido con trastos viejos sacados de la Ruta 66. Antes de dejarnos marchar, Gary se hace fotos con cada uno de nosotros, nos firma autógrafos y nos da su dirección para que le escribamos dándole la nuestra y así poder mandarnos una felicitación navideña dentro de unos cuantos meses.

Nos dirigimos a la siguiente parada: Red Oak. Creíamos que estaba abandonado, hasta que nos encontramos a una señora que vive allí. El pueblo es curioso y hay animalitos: los dos perros de la señora de antes (que no hacen más que seguirnos), pavos reales, gallinas, patos y unos bichos raros que parecen un cruce entre gallina y pato (si alguien sabe de aves, que me diga si esta hibridación es posible). Los animalicos, lejos de vivir en paz, son bastante conflictivos: en el rato que estuvimos allí, algo se cargó a una gallina. Entre esto y una casa abandonada que se podía venir abajo en cualquier momento, decidimos que se podía dar por finalizada la visita.

En el siguiente pueblo, donde decidimos parar a pernoctar, se encontraba White Rose, una vinería que nos recomendó la mujer de Red Oak. Allí vivían un científico retirado de la CIA y su mujer, que era la que hacía las catas de vino y enseñaba la casa a los visitantes. Esta mujer también tenía ganas de charla, así que conversamos con ella mientras hacía el paripé de cómo probar los vinos. Al final de la cata, nos comunicó que todas las botellas estaban en venta, cuánto costaban y las formas de pago.

Sra. White Rose - Podéis pagar con tarjeta de crédito en efectivo y también admito que me dejéis a alguno de vosotros. ¡Oh! (mirando al hombre manso) Tú eres mono.
Gamab - ¿Lo aceptas como pago?
Laura - ¿Cuántas botellas nos das por él?
Sra. White Rose - Bah, tampoco muchas.
Gamab - Entonces no nos interesa.

Sí, hemos intentado cambiar a nuestro amigo por vino de Missouri pero no es tan grave. Según nos contó esta mujer, ya habían intentado dejarle a una niña china. Por suerte, el hombre manso no se ha enterado de la jugada y hacemos un tour por la casa. White Rose es como una casa de muñecas pero a escala real. Al manso le da miedo la decoración de las habitaciones (demasiada muñeca de porcelana). A mí lo que me da miedo es el precio por noche del alojamiento, aunque incluya desayuno.

Después de haber visitado a esta gente, intentamos cenar en un sport bar pero cuando llegamos la camarera nos comunica que ya han cerrado la cocina (y aún no son las 21:00). Vamos a por nuestro coche para ir en busca de un sitio donde cenar, pasando por el camino por delante del coche con frontal ultra-reforzado para atropellar ciervos macho adultos del sheriff, que está comprando nosequé en la gasolinera de enfrente del motel.

Terminamos el día cenando en un burguer de la cadena Braum's, donde una de las chcias que trabajan allí se acerca a nuestra mesa para protagonizar el momento idiota del día:

Niña idiota - Hola, ¿sois de España?
Nosotros - Sí
NI - ¿Y qué hacéis en Missouri?
Nos - La Ruta 66
NI - ¡¡¡Que cool!!! (juro que la chica hablaba con signos de exclamación). ¿Y hablais otro idioma?
Nos - Eeeeeh... sí
NI - ¿Cómo decís pizza? (ellos dicen que no lo oyeron pero yo sí y casi me desmayo) ¿Y cómo decís "hello"?
Nos - Hola
NI - ¡¡Hola!!

No le di dos hostias por si acaso era la hija del sheriff del coche de atropellar animales salvajes.

Foto del día: evolución del coche. Ya no está tan limpio.

miércoles, 19 de mayo de 2010

Día 3 (25-04-2010)

El hindú del motel nos recomendó un bar típico de la Ruta 66 para desayunar. Según el tipo, el local abría a las 9:00. Según los letreros de la puerta, abrían a las 11:00. Es una pena, porque el lugar es estilo años 60. Hacemos unas cuantas fotos y nos vamos a desayunar al restaurante familiar de enfrente, que no es tan bonito pero también es muy típico.

Por primera vez en el viaje, vemos hecho realidad el topicazo del granjero norteamericano: señor grande, regordete, con botas, peto vaquero (metido por dentro de las botas, of course) y su sombrero, subiéndose en una pick-up con la parte trasera más grande que mi cuarto de baño (que tampoco es que sea desmesurado para ser un cuarto de baño). Suponemos que, antes de irse al campo con las vacas, se ha metido entre pecho y espalda un señor desayuno como el que nos disponemos a ingerir.

Entramos a desayunar. La camarera es simpática y nos pregunta de dónde somos, qué hacemos por allí, si nos está yendo bien el viaje y esas cosas. Nos da las cartas y tiramos por un desayuno contundente (Como el del señor granjero del párrafo anterior): Gamab, un Route 66 (una sartén con muchas cosas, dos huevos fritos y un muffin inglés); los otros dos compañeros de viaje, dos tostadas francesas; y yo, tres tortitas y jamón a la plancha. Todo acompañado por los correspondientes cafés/tés y zumos, como no podría ser de otra manera. La camarera no está muy convencida con que los chicos sólo desayunen dos tostadas, leche y zumo pero a ver quién le explica que aquí somos más de café sólo y salir pitando a coger el metro.

Después del desayuno y antes de ponernos d enuevo en ruta, pasamos por el restroom (el wc), donde una señora que estaba desayunando en la mesa de al lado me saluda como si me conociera de toda la vida, me pregunta si estamos teniendo buen viaje y me desea buena suerte. Bueno, al menos aquí la gente es maja.

Nos largamos y seguimos con la ruta en serio. Visitamos una gasolinera convertida en tienda de regalos. Cuando llegamos estaba cerrada (suponemos que por ser domingo) pero, al poco rato, apareció una señora en un coche para abrir. Nos agenciamos unas bonitas señales metálicas de la Ruta 66 y continuamos el camino. En Pontiac, donde la policía va en Chevrolet (os podéis reir, es un chiste), visitamos un museo de la Ruta 66 (uno de tantos) y seguimos nuestro camino con paradas en gasolineras abandonadas y rehabilitadas y restaurantes emblemáticos que estaban cerrados, porque está visto que en los pueblos de Illinois todo el mundo descansa los domingos.

En general, el día ha sido productivo pero se está haciendo de noche, queremos pasar de St. Louis y no encontramos ningún motel. Al final tiramos de cadena hotelera, que es más cara que un motel pero tampoco es que tenga muchos lujos. Por lo menos al día siguiente tendremos el desayuno gratis.

Entre otras cosas, hoy hemos aprendido a admirar a Clint Eastwood. ¿Porque ha dirigido muchas pelis? No. ¿Porque ha trabajado con Sergio Leone? Tampoco. Porque masca tabaco. ¿Y esta tontería? Pues no es ninguna tontería. Resulta que Gamab paró en una gasolinera y compró unas bolsitas similares a las de té (pero mucho más pequeñas) de tabaco de mascar con sabor a melón. Tres de los cuatro viajeros hicimos el intento de probarlas pero todos acabamos escupiendo por la ventanilla y acudiendo a las garrafas de zumo. Clint, te admiramos más que nunca y te convertirás en nuestro nuevo guía espiritual. Se acabó el hacer frases de Chuck Norris, ahora las haremos con Clint Eastwood.

Foto del día: el coche (aún sin mugre) en el museo de la Ruta 66 de Pontiac (Illinois).

martes, 18 de mayo de 2010

Día 2 (24-04-2010)

Mi madre me manda un sms por la mañana (mañana de Chicago, se entiende) preguntando si hemos llegado. Sospecho que mi Movistar me la ha vuelto a jugar y los SMS que mando desde el extranjero no llegan, como ya pasó en Berlín el año pasado. Como los hoteles tienen wi-fi, decido que el correo electrónico va a ser mi nueva forma de comunicación.

Los objetivos de hoy son: comprar tarjetas SIM yankis para manejarnos por aquí, llamar a Margarita de Aibiria para preguntar por la maleta perdida, hacer algo de turismo por Chicago y largarnos de la ciudad. La mañana se va entre las compras de las tarjetas SIM y reponer la ropa de la maleta perdida, ya que Margarita nos dice que no hay señales del equipaje. Cuánto tenemos que aprender todavía de las novelas del Mundodisco, sobre todo a la hora de viajar.

Por la tarde vemos Chicago, nos hacemos tarjeta de cliente de una cadena de farmacias (que allí son algo así como un Maxi Dia con un dispensario al fondo a la izquierda), compramos 14 litros de agua en 28 botellas de medio litro y cosas para picotear en el coche, nos hacemos la foto de rigor con la señal de inicio de la Ruta 66 y salimos de Chicago. Oficialmente, ha empezado la Ruta 66.

Al final hacemos noche en Wilmington (Illinois). Íbamos a parar en el pueblo anterior pero la mujer de la gasolinera nos dijo que el motel era poco recomendable los fines de semana y nos aconsejó seguir hasta Wilmignton. Allí, el hindú del motel (el primero de muchos), nos aconsejó un lugar de cenar.

El sitio se parecía a la Taberna del Cangrejo de Me llamo Earl. Con un poco de miedo y temiendo que nos rompieran un taco de billar en la espalda a la mínima de cambio, le preguntamos a la camarera dónde nos sentábamos para cenar. Afortunadamente, nos mandó a la otra parte del local, que era muy acogedora, estaba forrada en madera y donde nos atendió una amable mujer mayor muy agradable. El cocinero nos miraba raro pero cuando se trata de un tío de 150kg y lleno de tatuajes, tampoco es plan de molestarse por tonterías ¿verdad?

Yo pedí pizza, Gamab y el hombre del restroom creyeron que habían pedido un sándwich de pollo pero en realidad era de pescado y el hombre manso quería algo ligero y pidió una ensalada césar. Por desgracia para él, que tenía intención de cenar poco, le sirvieron un plato hondo del tamaño de una palangana. Nos llevamos las dos porciones que sobraron de mi pizza de 18 pulgadas en una caja y a dormir.

Foto del día: Chicago.

lunes, 17 de mayo de 2010

Día 1 (23-04-2010)

Llegamos al aeropuerto O'Hare de Chicago y lo primero que encontramos es una cola del copón para entregar los visados y pasar el control de pasaportes. A Gamab y a mí nos toca un tipo muy majo (Mr. Williamson), al hombre manso le toca uno más sosete, que le pregunta dónde trabaja y cuántos días estará en Estados Unidos, y al hombre del restroom le toca el estreñido, que lo retiene durante un montón de tiempo, mientras los demás vamos a buscar las maletas.

La maleta del hombre del restroom no aparece pero hay una parecida a la suya dando vueltas a la cinta, lo que hace sospechar que se trata de un error humano. Reclamamos en Iberia (a partir de ahora "Aibiria") pero nada. Margarita (la señora latinoamericana de detrás del mostrador) va a ver si la encuentra y nos da un teléfono en una hoja escrita íntegramente en Comic Sans. Nota: no te fíes de una compañía aérea que redacta las notas informativas en Comic Sans.

El siguiente paso es ir a recoger el coche. Las apuestas apuntan a Trail Blazer, Tahoe (ojalá), Suburban y Ford Explorer. Nos ofrecen el Tahoe (¡¡¡bieeeen!!!) pero hay que pagar un plus de 15€ al día para que nos incluyan el GPS (oooooh), así que nos dan un Ford Explorer rojo metalizado muy bonito que irá cambiando de color durante el viaje. El interior parece cuero y madera pero finalmente es plástico que imita cuero y plástico que imita madera. Por algo es el coche más barato que se puede alquilar en el que quepamos los cuatro con todos nuestros trastos (y tiene GPS).

Comparado con el resto de coches típicos americanos (entre los que destaca el Silverado, al que a partir de ahora llamaremos "Asilvestrado, el coche de los garrulos" o sólo "Asilvestrado") no es tan grande. Comparado con los coches europeos que hay en Chicago (la inmensa mayoría) es enorme. Por los coches, los precios de los restaurantes y las tiendas y los miles de edificios de apartamentos de lujo que hay, deducimos que en Chicago están podridos de pasta.

Al llegar al hotel vemos un mueblecito de metacrilato en el que, según un cartelito, debería haber galletas caseras para los huéspedes pero está vacío. El recepcionista es un señor muy majo, se da cuenta, se va por una puerta y, al rato, empieza a oler a galleta recién hecha. Madre mía, son las mejores galletas que he probado nunca; creo que le voy a decir a Hell's Tea que aprenda a hacerlas, así le saca provecho a su horno wireless.

Después de dar una vuelta por el centro de la ciudad, hacer algunas fotos y que nos claven por aparcar(4,25$ la hora, hasta un máximo de dos horas), volvemos al hotel. De paso, cogemos algo en el drive-thru del Burrikin (si es que esta gente va en coche a todo) y nos vamos a dormir pronto porque estamos destrozados, cosa normal cuando tu día tiene 31 horas en vez de 24.

Ah, y vimos un tren de 142 vagones, que los conté uno por uno mientras esperábamos a que pasara para poder cruzar el paso a nivel.

Foto del día: nuestro coche, todavía limpio.

viernes, 14 de mayo de 2010

Ruta 66

Cuatro personas. Dos semanas. Un Ford Explorer que empezó siendo rojo metalizado y terminó rojo arcilla (con más arcilla que rojo). Nueve estados (los 8 de la ruta más Nevada). 3.700 millas. 2.500 fotos. 180 minutos de vídeo. Muchos galones de gasolina. 28 botellas de agua. 6 garrafas de zumo. 111 alitas de pollo. 8 moteles (uno de ellos sin wi-fi) y 4 hoteles. Dos desvíos de la ruta. Mogollón de caminos de tierra. Dos parques nacionales. Muchas vacas. Decenas de Asilvestrados (Silverados). Cientos de camiones. Una maleta perdida. Dos gordas.

A partir del lunes, todo esto tendrá sentido. Será entonces cuando empiecen los post de la Ruta 66.

jueves, 13 de mayo de 2010

Resumen del evento

En Berlín, a 10º, sin el más mínimo atisbo de sol y con la calefacción puesta (porque 10º sin sol y con humedad parecen muchos menos), por fin tengo tiempo (y ganas) de explicar qué hecho aquí durante tres días.

El caso es que hay algo llamado Careers in Europe, que de entrada suena muy bien y que se celebra todos los años. Para ir, tienes que registrarte, subir tu CV y esperar pacientemente a que la organización te seleccione. Esta era la tercera vez que lo intentaba pero sólo la primera que me han seleccionado. Comprobé que no chocara con la Ruta 66 y en Berlín que me planté.

El primer día del evento fue la presentación. Con discurso y todo. Allí hablé con los señores de una gran empresa, que me contaron exactamente lo mismo que en Forempleo (pero en otro idioma) y me dieron exactamente el mismo folleto que me dieron en Forempleo (que estaba en inglés, igual que el que me dieron en Forempleo). Pues muy bien, al reciclaje que va a ir, igual que el de Forempleo.

Volví a casa (bueno, a la casa donde amablemente me han acogido estos días) con una ligera sensación de frustación. Creo que es inevitable después de haber hecho 2.000km de más para escuchar "apply by web". Me compré una caja de comida china antes de subir y me metí en la cama del cuarto de invitados con la esperanza de que todo mejorara al día siguiente.

El día siguiente llegó y fue breve. Más de lo que debería, ya que se supone que el evento estaba programado hasta las 19:00 y yo me largué de allí a las 14:30. Visité a todas las empresas (menos la del folletito), escuché un par de "apply web", dos "sólo queremos ingenieros" y un "buscamos gente que hable ruso fluido y que tenga varios años de experiencia en banca para nuestras oficinas de Kazajstán". A los del ruso fluido: ¿qué puñetas hacen ustedes en un evento llamado Careers in Europe para jóvenes que quieren trabajar en la Unión Europea?

También hubo un par de sorpresas positivas: una empresa que te hacía caso, recogía tu CV, te hacía preguntas y se sentaba a hablar contigo durante unos minutos (gracias por prestarnos atención); un chaval que lo tenía más jodido que yo (era filólogo y siempre viene bien ver que no eres la única persona que resulta inútil por no haber estudiado una ingeniería o empresariales); y dos señoras de recursos humanos que accedieron a ver mi CV cuando les dije que hablaba alemán, y que quedaron gratamente sorprendidas por gran parte de la información que éste contenía.

Fue especialmente curioso el caso de una empresa de ingeniería de Munich. Fui a visitarlos y la seleccionadora que quedaba libre se puso a hablar conmigo en inglés y de pie. Me dijo que lo sentía mucho pero que sólo estaban interesados en candidatos que hablaran alemán. Pues muy bien hablemos en alemán. Le conté un poco mi vida y le dije que si quería ver mi CV. Se lo di, leyó la primera página, le cambió, la cara, leyó la segunda página y me invitó a sentarme. Le solté un rollo, le señalé varios puntos de mi CV y quedó bastante contenta conmigo. Esperemos que me tengan en cuenta para algo.

De esta misma empresa conseguí el regalo promocional más absurdo que he visto nunca. Era una cajita metálica mate, metida en otra cajita de plástico opaco. Yo pensaba que era un tarjetero (es decir, algo útil). Cuando llegué a casa y abrí el paquete vi lo que realmente era: un kit para hacer sudokus. Librito con 40 sudokus, un lápiz pequeño, goma de borrar y sacapuntas. Además de esto, conseguí unos cuantos de mis queridos bolis, un paquete con post-it de diferentes tamaños y un librito de notas para repartir tarjetitas a los conocidos con "razón" (mal tiempo, impulso repentino, exámenes próximos...), "propuesta" (cine, copa, película...) y "propósito" (ser positivo, sonreir a la vida, ver todo de color rosa...).

Comí el "lunch" que nos daban allí (tres sándwiches muy decepcionantes), hablé con las dos empresas que me quedaban y fui a casa a cambiarme de ropa. El resto de la tarde la pasé haciendo turismo y preocupada porque han cambiado el nombre de la parada de metro de la puerta de Brandeburgo.

Del último día no tengo nada que contar, porque fui por ir.

martes, 11 de mayo de 2010

Aibiria y el jet-lag

Así es como llaman a nuestra (nunca suficientemente) querida Iberia en los aeropuertos yankis. El haber hecho dos vuelos con esta compañía en menos de 24 horas hace que una sienta ganas de encerrarse durante días y días y dormir y dormir hasta olvidarlo todo. Sobre todo si hay caos de por medio.

Vale, a lo mejor estoy exagerando un poco pero algo de cierto hay. Mi primer vuelo con "Aibiria" salía de Chicago, se retrasó tres horas y ocurrió después de coger un vuelo en San Francisco a horas intempestivas (hora local). Durante la espera (tanto en aeropuerto como la otra hora larga que pasó una vez embarcados), estuve entretenida pensando que el avión se retrasaría tanto que no me daría tiempo a llegar a Berlín por la noche, que las nubes de cenizas colapsarían todo y que Aibiria no me compensaria los daños psicológicos producidos por el pifostio.

Cuando por fin pudimos despegar, cai fulminada por el cansancio y me quedé dormida, situación que se repitió varias veces durante el vuelo. Concretamente, en los segundos posteriores a cada vez que alguien entraba o salía del baño y me daba un codazo, incidentes propiciados por mi privilegiada situación: en el pasillo, tan sólo a tres filas de distancia de los aseos.

Llegamos al aeropuerto (todas las maletas también, como ya conté anteriormente) y me dispuse a ir a casa, rehacer maletas y ducharme. ¿Qué me encontré a mi vuelta? Pues un paquete con dos ejemplares del libro de las bragas y tres más de otra aberración que tuve que maquetar durante mi beca Argo y que no había agua caliente. Me puse a hacer la maleta mientras mi madre calentaba agua para lavarme, como antiguamente y, justo cuando el agua ya estaba calentada, volvió a funcionar el grifo del agua caliente. Luego tuve que cambiar todo de maleta, porque mi madre decidió que la que quería llevarme (una maleta rígida) no era adecuada paralos golpes que se puede llevar un equipaje en un aeropuerto y no se quedó tranquila hasta que no cambié todo a otra maleta (una que a la mínima hostia puede desintegrarse).

Con todo esto, me dirigí al aeropuerto. De pronto, en algún punto del trayecto, me quedé dormida de golpe. Primer efecto del jet-lag. Afortunadamente, conducía mi padre. En el aeropuerto me tocó esperar (una hora de retraso, nada más) y en el avión me tocó un asiento con el botón de abatir respaldo roto (más bien arrancado). Antes de despegar pegué una cabezada que casi parte mi cuello y la ventanilla. Segundo efecto del jet-lag. Así fui todo el vuelo, como si tuviera narcolepsia.

La llegada a Berlín transcurrió sin incidentes. La amiga que me aloja en su casa me dio unas pastillas que vienen muy bien para combatir el jet-lag y ya no me duermo por ahí pero el desajuste horario me ha desajustado también la tripa. Tercer efecto del jet-lag y algo bastante incómodo para un evento en el que tienes que presentarte a distintas empresas para conseguir un trabajo.

domingo, 9 de mayo de 2010

Gran finde

¿Qué es lo mejor que se puede hacer un fin de semana? Cualquier cosa, excepto perderlo en aviones y aeropuertos, que es lo que estoy haciendo yo. No sigáis mi ejemplo que no es bueno.

Salí de San Francisco a las 6:00 (hora local del sábado). Poco después de las 3:00, dejamos el hotel correspondiente, pedimos un taxi y tiramos para el aeropuerto de San Francisco. Dejamos las maletas en facturación directamente con dirección Madrid (espero que lleguen, que nosotros tenemos otro vuelo por medio) y vamos a pasar los controles pertinentes. La alerta antiterrorista está en el nivel naranja, nos quitamos los zapatos (y yo con unos calcetines de lo más soso, qué pena), llenamos varias bandejas con nuestros correspondientes trastos y tiramos para adentro. Alguna maleta pasa varias veces por el escáner pero es lo de menos. Yo tardo mil años en quitarme y ponerme las zapatillas (cosas de las Converse de media bota). Llega la hora de embarcar y yo me duermo en cuanto puedo reclinar el asiento.

Cuatro horas después (o eso creo, cuando duermes no calculas igual de bien el tiempo), llegamos a Chicago, donde salimos a por los billetes del vuelo a Madrid, hacemos un segundo control (vuelta a descalzarse) y pasamos horas y horas y más horas hasta que, con tres horas de retraso según lo previsto, nuestro vuelo quiere salir rumbo a España. Cosas de las nubes de ceniza volcánica, que los pilotos no sabían por dónde entrar. En teoría nos van a desviar por Casablanca pero finalmente no lo hacen y entramos por el sur de Portugal. Me da igual, yo pienso volver a dormirme, que nueve horas son muchas horas y el fin de semana promete.

Por fin llegamos a Madrid. ¿Estarán las maletas? A la ida ya se perdió una, sería mucha casualidad (y mala suerte) que se perdiera otra más a la vuelta. Las maletas están. Abrimos para redistribuir los trastos (uno de mis compañeros de viaje llevaba sobrepeso) y vemos unas agradables notas de seguridad aérea del aeropuerto de San Francisco, anunciando que nos han abierto el equipaje. A todo esto, creo que me han jodido el único candado que tenía. Pero no me doy cuenta, estoy más preocupada por saber si esta tarde podré volar a Berlín.

Al salir de la recogida de equipajes, mi padre me tranquiliza: mi vuelo de la tarde sigue anunciado en las pantallas de salidas. Ya en casa, hacemos otra comprobación vía web en el aeropuerto de destino: el vuelo sigue programado. Otra cosa es por dónde me desvíen y a qué hora llegue allí. Espero que el evento no se cancele, porque lo que estoy sufriendo para llegar a tiempo no tiene precio.

domingo, 2 de mayo de 2010

Viva Las Vegas

No, no he desaparecido. Tampoco he muerto en mitad del desierto de Arizona ni me han pegado un tiro desde una camioneta llena de confederados en Tejas (aunque sí me pegaron un berrido desde una camioneta llena de granjeros de Misouri). Ya hemos pasado más de la mitad de la Ruta 66, el problema es que no ha habido tiempo de actualizar. Dada la paliza que nos pegamos todos los días a hacer millas, cuando llegamos a los pueblos sólo hay tiempo (y ganas) de cenar, ducharse e irse a dormir.

Ayer y hoy tocan los dos desvíos que vamos a hacer de la Ruta 66: el Parque del Cañón del Colorado (la parte sur, por Arizona) y Las Vegas. Ayer estuvimos en el Cañón del Colorado y es impresionante. La famosa terraza de suelo de cristal no está aquí, está en Nevada y es de propiedad privada.

Esta tarde-noche (ahora son alrededor de las 8 la mañana, cosas de usos horarios) llegaremos a Las Vegas. Hemos pillado un hotel muy guay a un precio inmejorable. Pero lo que será impagable es ver la cara del aparcacoches con traje de Armani cuando le soltemos las llaves de nuestro Ford Explorer de alquiler. El coche es de color rojo arcilla, cada vez menos rojo y más arcilla, porque le hemos cogido afición a los caminos de tierra (algunos formaban parte de la Ruta 66 años ha y otros porque nos apetece y porque para algo hemos pillado un 4x4).

Tranquilidad, que tengo un cuadernito en el que voy apuntando qué hacemos y por dónde pasamos todos los días, del que tiraré en su debido momento (es decir, cuando haya tiempo) para actualizar blog. Y fotos, muchas fotos.