martes, 11 de mayo de 2010

Aibiria y el jet-lag

Así es como llaman a nuestra (nunca suficientemente) querida Iberia en los aeropuertos yankis. El haber hecho dos vuelos con esta compañía en menos de 24 horas hace que una sienta ganas de encerrarse durante días y días y dormir y dormir hasta olvidarlo todo. Sobre todo si hay caos de por medio.

Vale, a lo mejor estoy exagerando un poco pero algo de cierto hay. Mi primer vuelo con "Aibiria" salía de Chicago, se retrasó tres horas y ocurrió después de coger un vuelo en San Francisco a horas intempestivas (hora local). Durante la espera (tanto en aeropuerto como la otra hora larga que pasó una vez embarcados), estuve entretenida pensando que el avión se retrasaría tanto que no me daría tiempo a llegar a Berlín por la noche, que las nubes de cenizas colapsarían todo y que Aibiria no me compensaria los daños psicológicos producidos por el pifostio.

Cuando por fin pudimos despegar, cai fulminada por el cansancio y me quedé dormida, situación que se repitió varias veces durante el vuelo. Concretamente, en los segundos posteriores a cada vez que alguien entraba o salía del baño y me daba un codazo, incidentes propiciados por mi privilegiada situación: en el pasillo, tan sólo a tres filas de distancia de los aseos.

Llegamos al aeropuerto (todas las maletas también, como ya conté anteriormente) y me dispuse a ir a casa, rehacer maletas y ducharme. ¿Qué me encontré a mi vuelta? Pues un paquete con dos ejemplares del libro de las bragas y tres más de otra aberración que tuve que maquetar durante mi beca Argo y que no había agua caliente. Me puse a hacer la maleta mientras mi madre calentaba agua para lavarme, como antiguamente y, justo cuando el agua ya estaba calentada, volvió a funcionar el grifo del agua caliente. Luego tuve que cambiar todo de maleta, porque mi madre decidió que la que quería llevarme (una maleta rígida) no era adecuada paralos golpes que se puede llevar un equipaje en un aeropuerto y no se quedó tranquila hasta que no cambié todo a otra maleta (una que a la mínima hostia puede desintegrarse).

Con todo esto, me dirigí al aeropuerto. De pronto, en algún punto del trayecto, me quedé dormida de golpe. Primer efecto del jet-lag. Afortunadamente, conducía mi padre. En el aeropuerto me tocó esperar (una hora de retraso, nada más) y en el avión me tocó un asiento con el botón de abatir respaldo roto (más bien arrancado). Antes de despegar pegué una cabezada que casi parte mi cuello y la ventanilla. Segundo efecto del jet-lag. Así fui todo el vuelo, como si tuviera narcolepsia.

La llegada a Berlín transcurrió sin incidentes. La amiga que me aloja en su casa me dio unas pastillas que vienen muy bien para combatir el jet-lag y ya no me duermo por ahí pero el desajuste horario me ha desajustado también la tripa. Tercer efecto del jet-lag y algo bastante incómodo para un evento en el que tienes que presentarte a distintas empresas para conseguir un trabajo.

2 comentarios:

Opinar es gratis